A nivel mundial, los resultados electorales de los últimos tiempos muestran que estamos en un momento muy delicado, pues los escenarios que nos llevaron a las dos guerras mundiales y a los regímenes autoritarios más crueles están mostrando señales de repetirse. Tenemos que darnos cuenta y actuar de inmediato.
Las crisis son grandes oportunidades para generar los cambios que necesitamos, salir fortalecidos y progresar, pero también son oportunidades para el desastre.
El siglo XX está lleno de ejemplos de cómo las crisis generaron miedo, enojo y odio, los cuales fueron aprovechados y alimentaron a líderes autoritarios para manipular a su gente con el fin de que les dieran todo el poder y los siguieran hasta la guerra o la hambruna, mientras les prometían el sol, la luna y las estrellas.
Adolfo Hitler y Benito Mussolini ascendieron al poder gracias al descontento generado por la Gran Depresión, la mayor crisis económica del siglo XX; y la sensación de agravio por cómo Reino Unido, Estados Unidos y Francia repartieron sanciones y beneficios tras la primera guerra mundial.
Tanto Hitler como Mussolini consolidaron su poder fomentando en su seguidores odio hacia todo aquello que no fuera o pensara como ellos: odio a los judíos, a los comunistas, a los de diferente color de piel, a los extranjeros, entre otros grupos. Además, fomentaron un exagerado orgullo por pertenecer a su grupo político, la gente estaba tan eufórica que les dieron todo el poder y apoyaron su hambre de guerra.
La historia fue similar con Kim Il-sung en Corea del Norte, Muamar el Gadafi en Libia, Idi Amin en Uganda y Iósif Stalin en la Unión Soviética. Todos fomentaron el odio hacia cierto tipo de personas, generaron un fuerte orgullo por permanecer a su grupo, concentraron todo el poder en pocas manos y reprimieron a sus adversarios con el apoyo de sus ejércitos.
La historia fue similar en las dictaduras militares en Latinoamérica, que se instauraron tras algunas crisis económicas de los países de nuestra región. Estos gobiernos aprovecharon y alimentaron el enojo entre la población hacía los políticos civiles, por lo que argentinos, brasileños y chilenos llegaron a justificar las desapariciones y asesinatos en los gobiernos militares.
Una población enojada y eufórica es más fácil de manipular.
El mundo se vuelve a sumir en varias crisis que están promoviendo el ascenso de líderes extremistas por todos lados.
Por un lado, tenemos a millones de trabajadores que se han visto desplazados por el avance tecnológico que les demanda habilidades para las que no fueron preparados. Por otro lado, el Covid-19 y las guerras comerciales han desacelerado la economía. La vivienda se ha vuelto muy cara en casi todas las grandes ciudades y el cambio climático está creando afectaciones y preocupaciones más rápido de lo que pensábamos, como la falta de agua, la destrucción de cosechas o la misma migración.
Ante este escenario de múltiples crisis, los líderes extremistas están ganado terreno por todas partes del mundo, como en Suecia con el partido que alimenta el odio hacia los migrantes; en Italia, donde recientemente ganó una líder de un movimiento con orígenes vinculados al fascismo de Mussolini y cuyo lema “Dios, patria y familia” fue usado por el partido nacional fascista en 1931.
En Francia, este año, Marine Le Pen tuvo el mayor número de votos de una opción extremista en muchos años. En Latinoamérica también hemos presenciado elecciones entre extremistas que generan euforia y rencor hacia el bando contrario, como en los casos de Perú y Brasil.
Estos gobiernos extremistas ya han llevado a sus pueblos a terribles consecuencias como la guerra en Ucrania, la pobreza y el desplome económico en Venezuela o la gran pérdida de derechos humanos como en Hungría o Nicaragua.
La política se interpreta de muchas maneras, pero podemos resumirla en dos grandes rubros: como un proceso para dialogar y negociar con quienes piensan diferente a nosotros, para así llegar a acuerdos; o, por el contrario, como un proceso para aplastar al adversario e imponer nuestra voluntad.
Es muy peligroso hacer política sobre el deseo de aplastar al adversario y sobre la creación de odio y división social, a partir de la idea de “estás conmigo o contra mí”.
Todos los humanos tenemos debilidades y fortalezas, cosas positivas y negativas. El dios Onorúame de los Tarahumaras no es bueno ni malo, así somos los humanos, y por ello debemos construir sobre nuestro lado más positivo, desde la empatía, el amor y la confianza.
El filósofo Aristóteles nos advirtió del peligro de los extremos. Comer, dormir, mostrar cariño, trabajar y hacer ejercicio son peligrosos tanto si se hacen muy poco como si uno se excede.
En el Mahabhárata, texto épico-mitológico de la India, se narra cómo un guerrero le tiene envidia y rencor a otro guerrero así que decide quemarlo, para ello guarda un bloque de carbón ardiendo en su túnica, pero en lugar de quemar al otro guerrero, es él mismo quien se acaba quemando. Los humanos cuando actuamos por envidia o enojo nos terminamos convirtiendo en nuestros propios enemigos, la historia está llena de ejemplos de los que debemos aprender.
Yo me declaro a favor de construir una política basada en el entendimiento, el respeto, el diálogo entre todos los mexicanos, en empatía, corresponsabilidad y solidaridad. Asimismo en el mundo. Te invito a que hagas lo mismo pues la unidad es indispensable para que juntos construyamos el país próspero, en paz, sustentable e incluyente que tanto deseamos.