En casi todas las grandes ciudades del mundo, la vivienda bien ubicada se ha encarecido al grado de alcanzar precios prohibitivos. Esto es algo muy negativo, pues las personas necesitan vivir cerca de su trabajo, de escuelas y de todos los servicios que requieren en su vida cotidiana.

La vivienda más alejada de las zonas centrales es más barata, pero lo barato sale caro, ya que muchas familias mexicanas destinan hasta un 25% de sus ingresos en transporte y pierden mucho tiempo al hacerlo. Además reciben servicios públicos de menor calidad en salud, educación y seguridad.

Esto también provoca que mucha gente decida abandonar sus viviendas. En México hay 5 millones de viviendas deshabitadas, la mayoría en zonas no céntricas, cantidad casi suficiente para albergar a las 22 millones de personas que habitamos en la Zona Metropolitana del Valle de México. En ciudades como San Diego, Estados Unidos, algunas familias prefieren dormir en sus vehículos y compartir baños públicos, en lugar de vivir en una zona demasiado alejada a sus necesidades cotidianas y centros de trabajo.

Para las ciudades también es muy costoso que la gente viva en fraccionamientos horizontales, de puras casas. Por ejemplo, es menos costoso llevar agua, electricidad y drenaje a 144 departamentos en dos cuadras, que a 144 casas ubicadas en doce cuadras.

Investigadores del Tecnológico de Monterrey intentan cuantificar el costo de que las ciudades sean extensas en lugar de compactas y verticales. Uno de sus cálculos preliminares apunta a que en las zonas urbanas muy extendidas, los gobiernos tendrían que destinar una tercera parte de su presupuesto a la mera renovación de pavimentos, lo que implicaría decidir entre reducir los recursos para educación, salud y seguridad o permitir que sus avenidas se deterioren progresivamente.

También es importante considerar que la reducción de la oferta de vivienda bien ubicada afecta más a los que menos tienen, pues los precios los excluyen y los condenan a moverse a zonas alejadas y marginadas.

Esta exclusión genera diversos problemas sociales: por un lado se crean guetos de ricos y pobres, se deteriora el tejido social, y se erosiona el sentimiento de pertenencia. Por otro lado, estas divisiones ayudan a incrementar la desigualdad, pues al gastar más dinero y tiempo en los traslados, percibir menores ingresos y recibir servicios más precarios, la gente que vive en zonas alejadas ve cómo la desigualdad se aumenta con el tiempo.

Por eso es tan importante construir edificios en zonas céntricas, que sean destinados a vivienda asequible, es decir, hogares que se ofrezcan a familias de menores o limitados recursos, a precios accesibles.

La idea es que, ya sea el mismo edificio o en diferentes edificios, que se compartan las mismas colonias para que vivan personas de diferentes ingresos y contextos.

Es importante que todos los segmentos de la sociedad convivan en los mismos espacios, tengan acceso a los servicios públicos de la misma calidad e interactúen entre ellos; que se conozcan y entiendan las diferentes formas de pensar y las distintas necesidades que hay entre los habitantes de una misma ciudad.

El espíritu de la ciudad es tener todo cerca, y que las personas convivamos, para así fomentar la movilidad social y que los problemas de ningún grupo queden invisibles a los ojos de los demás. Que todos seamos y nos sintamos parte de una misma comunidad.

Director del Centro para el Futuro de las Ciudades del Tecnológico de Monterrey

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