Vale la pena despejar dudas de algunas cosas que no están muy claras respecto al campo mexicano, por ejemplo, que México lleva años siendo autosuficiente en la producción del maíz que consumimos los mexicanos.
Para hacer las tortillas o tamales, utilizamos maíz blanco, producto en el que somos el primer productor a nivel mundial, mientras que el excedente lo exportamos a otros países.
Es cierto que importamos mucho maíz amarillo, pues éste se usa para alimentar a nuestros animales, en parte porque el sector pecuario ha crecido de forma importante y es por eso que se ha tenido que importar cada vez más maíz amarillo.
Ese es justo otro tema que se necesita aclarar, que el campo mexicano no está completamente abandonado ni es únicamente de subsistencia. Ha habido un sector agropecuario que ha sabido hacer las cosas bien y que compite a nivel mundial por su gran productividad, siendo otro de los casos de éxito para México.
Como reflejo de este éxito, México es el décimo productor agropecuario del mundo y el décimo país exportador de productos agropecuarios. Es también el séptimo productor hortofrutícola, séptimo productor pecuario y sexta potencia mundial en agroindustriales. Además México cuenta con productos insignia como el aguacate o la cerveza.
La producción en México ha crecido tanto que hay un importante excedente para exportar al resto del mundo. La producción agropecuaria se ha casi duplicado desde mediados de los 90, siendo que en el sector pecuario la producción de proteína también se ha duplicado y eso ha contribuido a que el país importe más maíz amarillo para alimentar a más animales. La producción hortofrutícola, que es la que se refiere a frutas y hortalizas, se ha más que duplicado desde mediados de los 90.
Por ello el sector agroalimentario en México es el tercer mayor exportador del país, detrás de la industria automotriz y otras manufacturas, superando al petróleo y al impacto de las remesas.
Pero no todo es éxito, pues existe una buena porción del campo mexicano que no lo ha tenido y que representa al 80% de los productores que tienen menos de cinco hectáreas y a los que sus ingresos no les alcanzan para cubrir sus necesidades.
Para integrar a estos productores al éxito que han obtenido los otros, debemos ayudarlos a incrementar su productividad. Por ejemplo, algunos campesinos producen más tomates con menos agua o menor espacio de tierra, o hay quienes en el Bajío producen 18 toneladas de maíz por hectárea en buen temporal, mientras que en Estados Unidos otros producen 10 o 12 toneladas por hectárea. Difundir e implementar los nuevos conocimientos, así como las técnicas y herramientas, elevan la productividad del campo. Se pueden usar menos insumos como agua, tierra y pesticidas, o emplear semillas más resistentes.
En México estamos en una situación perdedora porque importamos alimentos genéticamente modificados, los consumimos, pero prohibimos su producción y con ello dejamos a nuestros productores en franca desventaja.
En cambio, países como Brasil o Argentina hoy son grandes competidores de Estados Unidos en maíz y soya, pues usan semillas genéticamente modificadas y han pasado de producir cinco toneladas por hectárea a ocho o diez toneladas; en el caso de Brasil, tiene dos ciclos de cosechas porque son periodos más cortos. No debemos abrirnos de par en par a los productos genéticamente modificados sin investigar, pero sí debemos transitar a un debate más guiado por la ciencia y menos por los prejuicios.
También hay plantaciones de más valor que otras. Una hectárea de aguacate produce un valor cientos de veces superior al de una hectárea de maíz. En el caso del agave, una hectárea produce un valor de hasta mil veces superior a la del maíz. El proceso de transición es tardado y no es tan sencillo, por eso el gobierno debe ayudar a los campesino a volverse más productivos mediante el cambio de plantaciones donde sea viable. Eso será más útil que acostumbrar a pequeños campesinos a depender de subsidios del gobierno para siempre. Cómo dice viejo proverbio, no regales pescado, mejor enseña a pescar.
Otras formas de incrementar los ingresos de los campesinos, es aumentar el valor agregado de lo que venden. Por ejemplo, no toda la ganadería es igual, hay ganadería extensiva y ganadería intensiva. La extensiva son animales caminando en pastizales y la intensiva los mantiene en corrales y los alimenta con granos, lo que permite que su carne tenga mayor calidad, mejor sabor, sea más marmoleada y crezca más rápido.
México ya procesa más piezas de res para convertirlas en filete, así, en lugar de exportar la pieza sin trabajar, se le agrega valor y se vende más cara. Otro ejemplo es que importamos 95% del frijol soya que utilizamos, pero resulta que ese frijol es una de nuestras principales materias primas, con la que hacemos el 85% de la producción de aceites para el consumo de las casas y de la industria. Agregamos valor a lo que importamos y obtenemos más ingresos. Exportamos menos producto fresco, lo trabajamos más y generamos empleos mejor remunerados en México.
Sirve este último ejemplo para decir que importar alimentos no es necesariamente malo, pues ante una sequía o inundaciones que no podemos controlar y que pueden disminuir la producción local, la importación de alimentos nos previene de una inflación descontrolada y la subsecuente pérdida de poder adquisitivo de quienes menos tienen en México.
En el campo mexicano hay un gran caso de éxito, pero éste no ha beneficiado a todos los productores. Si queremos realmente apoyar a los que se han quedado atrás, hagámoslo de la forma que ya ha probado ser efectiva en este país, incrementando el valor de la producción, con mayor conocimiento y mejores técnicas.