El Estado mexicano no ha hecho lo suficiente por las mujeres, y especialmente por las mujeres indígenas. Ser mujer y ser indígena no debe ser sinónimo de pobreza sino de una riqueza inigualable, pero hemos llenado su camino de obstáculos y debemos tener claro que para construir un gran futuro para México necesitamos empezar por fortalecer nuestras raíces, necesitamos apoyar decididamente a nuestras mujeres indígenas.

Esta semana estuve en Cuetzalan, Puebla, donde me reuní con mujeres indígenas de las que aprendí mucho. Ellas me expusieron sus preocupaciones, pues sufren de falta de servicios médicos, tienen que recorrer de dos a tres horas ante sus emergencias médicas porque no tienen medicinas ni equipos suficientes.

Además, sus comunidades están muy mal conectadas ya que las carreteras están en muy mal estado. Esto ayuda a que falte el empleo en sus lugares de origen.

En México hay mucha pobreza, cuatro de cada diez mexicanos viven en esta condición, pero en el caso de las mujeres indígenas son siete de cada diez las que viven en pobreza, muy pocas se salvan y eso es inaceptable.

Peor aún, la pobreza extrema, el tener hambre constantemente, es cuatro veces mayor entre las mujeres indígenas que entre el resto de los mexicanos. El rezago educativo también es del doble que en el resto del país. Es hora de cambiar las cosas.

Necesitamos generar oportunidades bien remuneradas en sus comunidades para que no tengan que abandonarlas y emigrar a las ciudades si ellas no desean hacerlo.

Para ello debemos de recurrir a las nuevas tecnologías, por ejemplo, muchas de ellas no tienen electricidad por lo caro que es llevar la red de la Comisión Federal de Electricidad hasta sus hogares, pero ahora podemos electrificarlas con paneles solares. Hay que conectarlas con mejores carreteras y también hay que conectarlas con internet, además de brindarles habilidades digitales.

Si no hay oportunidades para los jóvenes mexicanos se facilitan los vicios, el enojo social, las enfermedades, el crimen, es injusto y perjudicial para todos. Si queremos un mejor México, nadie se nos debe quedar atrás.

Aquí quiero recordar el caso de Eufrosina Cruz, una mujer indígena que ganó la elección a la presidencia municipal de Santa María Quiegolani, Oaxaca, pero le negaron el cargo porque los usos y costumbres de su pueblo prohibían este puesto para las mujeres.

Ella luchó, logró que se cambiara la constitución de Oaxaca y el artículo 2 de la constitución mexicana para proteger los derechos humanos, como el derecho a votar y ser votado, y que su ejercicio no pueda ser impedido por los usos y costumbres.

Además, logró que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pidieran a los jefes de Estado reformar sus leyes para que se respeten los derechos humanos de los indígenas tal como en México.

Eufrosina ha denunciado en varios foros como en México no nos ven como mujeres capaces de aportar para el desarrollo de nuestras comunidades y sí lo somos.

Pide que no las victimicemos como indígenas sin oportunidades, que mejor les demos oportunidades y esto para ella significa educación de calidad. Ella cuenta cómo tuvo que arrebatar la herramienta para poder transformar mucho de lo que nos duele, tuve que arrebatar mi educación porque la vida no me la regaló.

Además, argumenta que la peor pobreza no es la del bolsillo, sino la pobreza de la mente porque cuando una mente no está educada tiene miedo a exigir y a decidir cómo quiere las cosas, pero cuando una mente se educa descubres que es la libertad, cuáles son tus derechos y obligaciones, sin tener que negar tus raíces.

Creo que es importante que respetemos la identidad de cada comunidad, pero al mismo tiempo que le demos educación y salud de calidad a todos los mexicanos por el sólo hecho de ser mexicanos.

La educación es tan poderosa que por el sólo hecho de difundir y sensibilizar que vender a las mujeres es un delito, que atenta contra sus derechos, se redujo en 70% esta práctica en Buena Vista, Veracruz, de acuerdo con un reportaje de Tamara Corro.

Cuando a las mujeres indígenas se les dan oportunidades han demostrado que tienen mucho que aportar y que han sido fuertemente subestimadas.

Marisol Gutiérrez Lozano es una científica de origen indígena que ha participado en proyectos en el extranjero a pesar de toda la discriminación que sufrió en el camino, y como su caso hay varios gracias al Programa para estancias postdoctorales para mujeres indígenas en el área STEM (Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas).

Silvia Jim de Ometepec, Guerrero, ganó el año pasado el primer concurso Miss Universo Indígena, un concurso que premia a las comunidades y a las mujeres por su esfuerzo. Silvia estudia tres licenciaturas en el área de medicina para cuidar la salud de la gente, además de que es activista por los derechos indígenas ante la ONU y es altruista. Es todo un orgullo para México.

A Yukaima González le dijeron que no participara en concursos de belleza por ser indígena, pero no permitió que la discriminación la frenara y ganó la nominación de Reyna de la feria de Nayarit 2019.

Como esos hay muchos casos más, como la soprano indígena más reconocida del mundo, María Reyna de Oaxaca; o el caso de Natalia López, una niña indígena que ha sido invitada a muchos foros como oradora, donde habla de que la riqueza de México está en sus raíces milenarias y coincido con ella en que para hacer un México exitoso debemos de emplear la tecnología de hoy, pero con los valores milenarios de amor y honestidad.

También coincido con Eufrosina cuando dice que no debemos esperar a que los demás cambien eso que nos afecta, que nosotros debemos dar el primer paso. Ella cuenta que ingresó a la política que tan cuestionada está porque cree que la política tiene que servir para que la ciudadanía empiece a cambiar lo que no nos guste. Eso pensamos hacer millones de mexicanos y los invito a sumarse.

El apoyo a nuestras indígenas tiene un enorme potencial, implica combatir la pobreza, la inequidad de género, el fuerte rezago educativo y aprovechar la enorme riqueza cultural que México tiene para ofrecer al mundo.

Las mujeres indígenas mexicanas son muchas, más de seis millones y habitan en las 32 entidades de nuestro país. No queremos que ninguna de ellas se avergüence ni una sola vez de su origen, que es la raíz de la grandeza de México

Nuestras sociedades necesitan corregir el rumbo y las mujeres de los pueblos originarios pueden ayudar muchísimo con este reto, enseñándonos un estilo de vida que se base en el cuidado y no en la destrucción.

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