Cada vez que viene a México el Procurador de Justicia de Estados Unidos, suceden cosas increíbles, inesperadas. Con una de las posiciones ideológicas más radicales dentro de un gobierno de por sí de duro, William Barr se ha consolidado como la pieza designada por la administración Trump para hacerse cargo de las cuestiones mexicanas. Han quedado atrás los días en que el enviado predilecto era el yerno y asesor del presidente, Jared Kushner. Ahora, el interlocutor es el encargado de la aplicación de la ley y la justicia. Andamos de malas, porque Kushner era una ternura al lado de Barr.
El Procurador ha venido a México dos veces en un lapso de tres meses. Su misión principal es la de asegurarse que México cumpla con el cometido de detener los flujos migratorios centroamericanos y así, mantener sin efecto la amenaza de aplicar aranceles a los productos mexicanos de exportación. El despliegue de la Guardia Nacional en nuestra frontera sur, a pesar de que sus servicios son requeridos con mucha mayor urgencia en otras zonas de la República, forma parte de las dotes formidables que ejerce el señor Barr sobre el gobierno mexicano. A quién le importan los asesinatos y las marchas de familiares de víctimas, frente al interés superior de la nación de cumplir con esa forma de extorsión que nos viene del norte.
Los poderes sobrenaturales de este funcionario estadounidense no se limitan al ámbito migratorio. Coincidió con su primera visita que al defenestrado mandatario boliviano, Evo Morales, le entró una repentina urgencia para que lo atendieran los médicos en Cuba y días después reapareció para no volver, en suelo argentino. Ni tiempo tuvo el hombre de agradecer las atenciones brindadas por el gobierno mexicano para sacarlo en un avión de nuestra fuerza aérea.
Otro signo de la magia de que es capaz William Barr es el hallazgo de que el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, andaba en malos pasos y merecía ser procesado en cortes del vecino país. Ninguno de los procuradores anteriores de justicia de Estados Unidos se había percatado del expediente de este personaje, ni siquiera de que vivía en Miami, sino hasta siete años después, cuando Barr hizo su primera visita a nuestro país.
Como producto de su segundo viaje a México, el pasado 15 de enero, han ocurrido también cosas extraordinarias. La emblemática Iniciativa Mérida, ese producto del más rancio neoliberalismo aplicado a la diplomacia, ha resurgido de las cenizas y, por lo que se observa, muy pronto volverá a intercambiarnos equipamiento militar, entrenamiento de seguridad y un puñado de dólares, equivalentes a medio millón de cachitos de la lotería con que se puede rifar el avión presidencial.
Hablando de sacarnos la lotería, parte del paquete con que nos ha sonreído la suerte de que el Sr. Barr sea el comisario de Washington para asuntos mexicanos, es que su segundo periplo por nuestro país coincidió con un conjunto de iniciativas para reformar nuestro sistema judicial que los expertos, casi de manera unánime, califican como un retroceso muy grave para las libertades y el ejercicio de los derechos humanos.
Seguramente seremos testigos de una tercera, y si Trump se reelige, hasta una cuarta y quinta visita del Procurador Barr a México. Ya nos tomaron la medida. Y un buen manager de beisbol sabe bien que no hay cambiar al pitcher mientras esté dominando a los rivales. Así que es de esperarse que William Barr siga lanzando desde la lomita.
Director General Ejecutivo del Aspen Institute