Trump ha vuelto a las andadas. El breve interludio de amor se ha terminado. La política manda. Con la enorme presión que está sintiendo para lograr su reelección, ha retomado el expediente que tan buenos resultados le rindió hace cuatro años: insultar a México y a los mexicanos. En plena convención demócrata tomó al avión y se fue a Yuma, Arizona, a supervisar la construcción del muro fronterizo, a renovar su promesa de que los mexicanos terminaremos pagándolo y a recordarle al respetable público, otra vez, que los migrantes no son más que criminales y violadores. En esta ocasión no se tomó la molestia de agradecer el trabajo que realiza nuestra Guardia Nacional como filtro migratorio. Seguramente él y sus asesores políticos perciben la necesidad de retomar los ataques contra el vecino del sur, como fórmula infalible para ganar las elecciones en noviembre. Nos esperan dos meses y medio de persistentes ráfagas antimexicanas, de ataques al prestigio y la dignidad de nuestros paisanos.
El demócrata Joe Biden podría ganar la Casa Blanca si es capaz de voltear los argumentos y los ataques de Trump. Es un hecho que el votante de origen mexicano, los latinos en general, se encuentran en un grado avanzado de orfandad política. De parte de Trump no reciben otro mensaje más que no son bienvenidos, que aunque tengan detrás más generaciones que muchos anglosajones (y que la misma familia de Trump), en realidad no puede considerárseles norteamericanos. De parte de los demócratas tampoco se detecta una estrategia de acercamiento serio hacia el voto hispánico, concretamente hacia el voto mexicano.
La persistencia de los ataques de Trump contra todo lo que huela a México debería inclinar a nuestros paisanos a votar por cualquiera que no se llame Donald Trump. Sin embargo, ya vimos que en la elección pasada Hillary Clinton en ningún momento intentó ponerle un alto al magnate neoyorquino y granjearse la simpatía de los mexicano-americanos. Esa pequeña gran diferencia pudo ser la que le impidió ganar la presidencia. Biden tiene la mesa puesta para remediar ese error.
La clave para ganar estas elecciones se llama Texas. Se trata del segundo estado con más votos al colegio electoral, con un total de 38. Solamente California posee un número más alto, 55, que fuera de dudas caerán en el bando demócrata. Texas ha sido en los últimos veinte años sólidamente republicano. Actualmente, la ecuación está cambiando. Para Texas, el estado que más se beneficia de la relación económica con México, cuatro años de relaciones bilaterales friccionadas y tensas le han perjudicado en la fluidez de los cruces fronterizos, la construcción de nueva infraestructura y en brotes de racismo como el que hace un año causó la matanza de El Paso. Así las cosas, Texas ha dejado de ser un predio dominado por los republicanos. Salvo la franja norte del estado, el resto de Texas está ambivalente respecto a la orientación de su voto. Desde Austin, tradicionalmente liberal, hasta Brownsville, los demócratas podrían cambiar el signo político de ese estado clave y llegar caminando a la Casa Blanca.
Es un hecho que Estados Unidos históricamente no cambia de presidente en circunstancias de guerra o de crisis. En ese sentido, la lógica apuntaría hacia una reelección de Trump. Sin embargo, el pésimo manejo de la pandemia hace de Trump más un corresponsable de la crisis que un salvador. Biden no puede confiarse en que los errores de su adversario sean la principal fórmula para alcanzar el éxito. Resulta indispensable que atraiga al voto mexicano, manera masiva, para conquistar la Casa Blanca. Veremos si el hombre de Delaware lo comprende y lo capitaliza.
Internacionalista