Cuando George Bush Sr. perdió la reelección ante un desconocido gobernador de Arkansas de nombre Bill Clinton, preguntó a sus asesores cuál había sido la razón de su derrota. La leyenda cuenta que estaba en el baño, al lado de Jim Baker. Este último le dijo sin titubear: it’s the economy, stupid. La frase se hizo un clásico inmediato.

Cuando pierda la reelección Donald Trump no habrá una respuesta única. Existe un rosario de razones por las cuales el votante norteamericano no debería votar por él. En los últimos cuatro años ha fomentado el enfrentamiento racial, la concentración del ingreso y la paulatina desaparición de la clase media, se ha alineado con los dictadores más conspicuos del mundo y a la vez, le ha dado la espalda a sus aliados principales, ha destrozado instituciones, agencias y programas sin sustituirlas por nada equivalente o mejor. Llenó al gabinete de personas tan inocuas y carentes de experiencia como leales y aplaudidores de sus caprichos. Ha hostigado a los medios de comunicación y a cualquier periodista que no lo halague o piense como él y, en ese camino, ha mentido de manera sistemática, cambiando su versión de los acontecimientos a placer, siendo el episodio más evidente el del manejo de la pandemia. Así, el menú de opciones para no votar por Trump es tan amplio que debe contener alguna razón de peso para cada votante, sin importar demasiado si el elector es demócrata o republicano. El saldo que está arrojando su gestión es capaz de rebasar las distinciones partidistas.

A pesar de ello y de que una abrumadora mayoría de encuestas predicen un triunfo de Joe Biden, las peculiaridades del sistema electoral estadounidense no permiten que el candidato demócrata pueda cantar victoria. Hace cuatro años, hasta los apostadores de Las Vegas le daban un margen de triunfo a Hillary Clinton de ocho a uno. A una semana de los comicios, la delantera de Biden en estados cruciales como Florida, Georgia. Pennsylvania, Carolina del Norte, Wisconsin y Arizona, es menor que el obtenido por la Sra. Clinton y bueno, ya conocemos el resultado.

Esta es una elección tan trascendental como extraña. Trascendental porque cuatro años más de una presidencia de Trump no harían más que acentuar la polarización que este personaje genera dentro y fuera de su país. Trascendental porque en la historia política de Estados Unidos, Donald Trump es una anomalía. Una cosa es presentarse como alguien ajeno a la dinámica de Washington, un outsider, como lo hizo en su momento Jimmy Carter, y otra muy distinta es destrozar la casa sin tener siquiera planes arquitectónicos con que sustituirla. Y en efecto, es extraña en el contenido porque la mejor razón para votar por Biden es evitar que se reelija Trump. No pesan tanto los méritos o las propuestas del demócrata sino el rechazo a que este empresario siga mandando desde la Casa Blanca.

La presidencia de Trump ha sido tóxica, como bien lo sabemos los mexicanos. Lo mejor que podría sucederle a México, a buena parte del mundo y sobre todo a los estadounidenses es que este hombre regrese muy pronto a su mansión en la playa. Biden no será el salvador que esperan y tendrá que enfrentar uno de los retos más complejos en la historia norteamericana, un coctel explosivo que combina tensiones raciales que no se veían desde los años sesenta, una estrategia eficaz para combatir la pandemia, la recesión económica más profunda en casi cien años y la reconstrucción de instituciones, desde las más básicas como la policía hasta las más complejas como el sistema de salud y la composición de la Suprema Corte de Justicia. Ninguna de estas tareas es sencilla.

Como presidente, Biden no tocará ningún instrumento por sí mismo, si acaso en la política exterior que es su área de mayor conocimiento y experiencia. Se rodeará de un grupo de músicos profesionales en cada sección del gobierno. Y, gran diferencia con Trump, seguramente los escuchará y tomará decisiones colegiadas. Debemos esperar un gobierno más profesional y mejor coordinado, con una agenda que privilegie la concordia en lo interno y con los principales socios de Estados Unidos en el mundo. Los primeros cien días de Biden serán determinantes para el rumbo de su administración. Las acciones y mensajes que lance en ese período podrán cambiar la dinámica divisiva y de confrontación permanente que generó Trump.

Para México significará arrancar desde cero, con un equipo y una filosofía muy distinta a la de Trump. El reacomodo requerirá de esfuerzo y debería ir acompañada por un buen entendimiento de las prioridades que tiene nuestro país con el vecino. Si en verdad llegan los profesionales a Washington, la fiesta podrá desarrollarse mucho mejor si desde un primer momento nuestra diplomacia es clara en los objetivos y predecible en la conducción y en la observancia de los acuerdos. Podremos regresar a la senda de la cooperación y dejar atrás las imposiciones y amenazas como forma de convivencia bilateral.

Internacionalista

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