Está confirmado que unos cazadores a orillas del Río Ébola en la República Democrática del Congo mataron a un chango y se lo comieron. El simio era el receptáculo natural del virus que poco después sería bautizado como Ébola. Dentro del animal, ese virus era inofensivo, pero al ingerirlo, migró a un hábitat en el que no encontraba resistencia ni control. Al interior de un cuerpo humano este patógeno destroza las entrañas del individuo infectado y le causa la muerte.
Una de las teorías que existe actualmente sobre el origen del coronavirus es que algo similar sucedió cuando en un mercado de Wuhan, unos comensales chinos degustaron sopa de murciélago. El Covid-19 resultaba inofensivo mientras se encontraba dentro de estos animales. Al consumirlo, los chinos sacaron el genio de la botella que terminaría infectando al planeta entero. Desde que empezó a circular esta hipótesis, los gobiernos de China y de Estados Unidos se han enfrascado en una frenética guerra de desprestigio.
Al más alto nivel del gobierno estadounidense, empezando por el Sr. Trump, se han dado en calificar al Covid-19 como “el virus chino” o el “virus de Wuhan”, para que a nadie le quepa duda de quién fue el responsable de la pandemia. Esto ha irritado sobremanera a Beijing, iniciando una fuerte contraofensiva mediática. La tesis china establece que durante los juegos olímpicos de los militares en Wuhan un soldado norteamericano que competía en las pruebas de ciclismo portaba el virus que infectó a esa ciudad. Para mayor precisión, los chinos afirman que ese militar es oriundo de Maryland, donde se habría creado la cepa.
El ejercicio por repartir responsabilidades parecería bastante ocioso cuando la energía de todo el mundo debería estar concentrada en descubrir una vacuna y una cura para este padecimiento. Nadie va a aliviarse cuando se determine con toda certeza si fueron los chinos, los estadounidenses o alguien más. Pero en el curso de colisión geopolítica en que se han enfrascado Washington y Beijing, asignar la culpabilidad sí que cuenta. Como parte de este esfuerzo de desprestigio, el martes el presidente de Estados Unidos anunció que deja de aportar sus cuotas a la OMS por haber encubierto la culpabilidad de los chinos.
En el fondo, lo que interesa a los chinos es mostrar al mundo que están mejor preparados para ejercer un papel de liderazgo ante fenómenos de preocupación global, que su mística nacional o su sistema o están mejor capacitados que los de Occidente para enfrentar este tipo de crisis. Estados Unidos no cederá en este punto, rechazando cualquier intento por denigrar las libertades y el sistema democrático. Sin embargo, ambos coinciden en algo: esta pandemia no es fruto de la casualidad, sino de una guerra biológica deliberada. Ahora ambas potencias enfocan sus baterías en ser los primeros en encontrar la vacuna y con ello mostrar su supremacía. Mientras tanto, el mundo entero padece los estragos de una confrontación estéril entre las dos principales potencias del planeta que, en vez de colaborar hacia una solución, agravan el panorama y retrasan la necesaria reactivación económica.
Internacionalista