En México nunca hemos llegado a invertir el 2 por ciento del PIB que recomiendan los organismos internacionales en el desarrollo de ciencia y tecnología. Para los distintos gobiernos que hemos tenido en el país, del partido que sean, la investigación en estas materias nunca ha sido prioritaria. Ahora, en medio de la pandemia, deberíamos caer en la cuenta de lo grave y costoso que ha resultado desatender a ese sector estratégico.
El discurso político nacional suele subrayar el respeto a nuestra soberanía. El mensaje tradicional se ha centrado en el tema del petróleo y, sobre todo, para desestimar las críticas que provengan del exterior sobre las decisiones del gobierno en turno y en el caso del PRI, los frecuentes cuestionamientos que hubo a la limpieza de las elecciones. En la administración actual el acento vuelve a ponerse en el papel del Estado en el sector energético y también en rechazar señalamientos del exterior.
Un acto de genuino ejercicio de la soberanía, más allá de los discursos, consistiría en contar con capacidades científicas y tecnológicas para desarrollar nuestra propia vacuna, evitar encontrarnos a merced de los laboratorios de otros países para atender una emergencia nacional de estas dimensiones. Esta falta secular de inversiones y de interés en el desarrollo de la ciencia nos ha colocado en la desesperada situación de que la salud de los mexicanos dependa ahora de la ampliación de una planta de vacunas en Bélgica, de los dictámenes epidemiológicos de los rusos o de la simple disponibilidad de dosis en el mercado mundial. Como es natural y comprensible, los países que sí han invertido en investigación y desarrollo aplican las vacunas que han descubierto primero a sus nacionales y solamente los excedentes llegarán a países como México cuando hayan surtido la demanda interna. Es decir, por falta de capacidades propias, tendremos que formarnos en la fila a esperar que los británicos, los estadounidenses o los chinos cubran sus necesidades, antes de que nos llegue a nosotros. Ni siquiera está claro que ofreciendo un monto más elevado puedan llegarnos las vacunas en las cantidades y al ritmo que las requerimos. La vacuna rusa es por el momento la más accesible debido a las dudas que genera su eficacia y el deseo de Moscú de mostrar que uno de sus inventos está siendo aceptado y aplicado en otros países. Pero sería muy mal negocio para los mexicanos que esa sea la vacuna de cabecera y después no funcione como esperamos.
Así, nuestra soberanía, la capacidad de gestionar y resolver nuestros propios dilemas, está en tela de juicio ante la presencia de un virus. México fue un modelo internacional en materia de vacunación. Nuestras campañas generaban admiración en el mundo y solamente cuando nos lo decían los extranjeros nos percatábamos de lo eficaces que eran. Ahora nos encontramos con que no tenemos certeza para conseguir las vacunas, con un sector científico abandonado y sin los mecanismos de aplicación que tanto lustre dieron a nuestro país. Ante la gravedad de la pandemia no habría un solo mexicano que no aplaudiera una jugosa inyección de presupuesto en el desarrollo científico y tecnológico para evitar caer de nuevo en este escenario de dependencia y de vulneración a la soberanía.