En condiciones normales, la entrada en vigor del nuevo Tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá ya demandaba una buena cantidad de ajustes legislativos, logísticos y de la estrategia comercial. Bajo el signo del Covid y de la recesión económica global, nuestro país requiere con urgencia una política nacional perfectamente aceitada y coordinada entre los sectores más relevantes. El año pasado que México registró un crecimiento económico nulo, el único rubro que mantuvo un dinamismo significativo fue el sector externo. Nuestro aparato productivo logró exportaciones por 358 mil millones de dólares, con un superávit favorable paraa México de 101 mmd. Eso fue posible con una economía estadounidense creciendo a una tasa promedio de 2.5 del PIB. Este año de 2020 será una historia muy distinta.
Con más de 30 millones de desempleados (hasta ahora) en el país vecino y 12 millones de nuestro lado (hasta ahora), la urgencia de sostener los intercambios al más alto nivel posible es una cuestión vital para la estabilidad política y social de ambos países. El TMEC, impulsado por la administración Trump, contiene una orientación más nacionalista que en los hechos se traduce en privilegiar a los trabajadores y a las industrias locales, las radicadas en América del Norte. Esta orientación tiene como dedicatoria desplazar a China del comercio de nuestra región y generar incentivos para que las empresas que emigraron a ese país regresen a EU. En teoría (y antes de la pandemia) México estaba llamado a ser uno de los principales beneficiarios de ese desplazamiento de China, tanto para surtir a EU productos que antes abastecía el gigante asiático como para atraer inversiones y el establecimiento de plantas en territorio nacional. Hasta donde sea posible, esta alternativa debe provecharse al máximo por la industria del país. De manera alguna debe descartarse de la ecuación general.
Sin embargo, el problema que enfrentamos ahora es muy distinto a las premisas bajo las que se renegoció el nuevo tratado comercial. Habrá que sacar agua de las piedras porque la economía estadounidense apunta a sufrir la peor caída en un siglo, un 7% negativo, lo mismo que la mexicana, alrededor de 10% se ha estimado. El mercado será en extremo raquítico, especialmente para los productos mexicanos de más alta exportación. Uno de cada cuatro dólares que exportamos a EU proviene de la venta de automóviles, camiones y auto partes. En estos tiempos de astringencia económica, el consumidor gastará sus limitados ingresos únicamente en bienes y servicios esenciales entre los cuales difícilmente figurará adquirir un vehículo nuevo.
Tal y como se encuentran las condiciones, las apuestas mexicanas tendrán que orientarse a la industria agroalimentaria, al comercio electrónico —uno de los pocos rubros que ha mostrado crecimientos dentro de la pandemia— y a poner en marcha una agresiva política de atracción de inversiones. ¿Qué inversiones? En primer lugar aquellas que ya no vean futuro en mantenerse en China, tanto por las adversas circunstancias económicas globales como por los beneficios que genera el TMEC para situarse en América del Norte. Un segundo espacio de oportunidad depende de los incentivos fiscales, seguridad jurídica y precios competitivos de energía que puedan ofrecerse al inversionista internacional.
Esta es una de esas ocasiones que demandan la confección de una urgente estrategia nacional, con el concurso y apoyos recíprocos entre los sectores público, privado y de innovación. Las oportunidades de crecimiento que brinda el TMEC de ninguna forma serán las mismas que antes de la pandemia. Pero tampoco existen muchas alternativas poderosas ni atractivas. Es momento de construir una ambiciosa estrategia comercial capaz de arrastrar y salvar a la industria y los empleos de nuestro país.
Internacionalista