La comunidad científica mundial concuerda en que un aumento de 1.5 grados centígrados de la temperatura en la atmósfera pondría en peligro a la vida en el planeta. Es urgente tomar con la mayor seriedad este asunto debido a que ya hemos alcanzado un incremento de 1.2 grados. Esta década resulta crucial para revertir esta tendencia. Los expertos comienzan a calificar esta oportunidad como “la última llamada”.
Con el registro de 1.2 grados ya estamos observando fenómenos inauditos: incendios forestales más frecuentes y de mayor cobertura, el termómetro superó los 40 grados en zonas tradicionalmente frías como Vancouver y Seattle el mes pasado, un glaciar del tamaño de Puerto Rico se desprendió del polo norte recientemente, mientras que en Siberia se está descongelando el subsuelo que atrapa gas metano desde hace 40 mil años. Con esto último tendríamos suficiente para que la atmósfera sea irrespirable. Para decirlo de manera más clara, sin una acción colectiva de gran eficacia, la gran mayoría de los seres vivos vamos a morir de asfixia.
Estos son algunos de los escenarios que se analizarán en la próxima reunión mundial sobre cambio climático a celebrarse en Glasgow, Escocia, a principios de noviembre. En México y ciertamente en otras partes del mundo, andamos distraídos y hasta apasionados con temas tan intrascendentes como el juicio a los expresidentes o los destapes prematuros de aspirantes a la presidencia, cuando ya nos encontramos en la cuenta regresiva respecto a la supervivencia misma de la especie humana.
En la próxima reunión de Glasgow nuestro país deberá asumir sus responsabilidades y colocarse a la altura de las circunstancias. Deberá anunciar el inicio de una transición energética en la que quede prohibida la generación de electricidad a partir de la quema de carbón y de combustóleo. Anunciar un programa de cierre gradual de termoeléctricas contaminantes y, a la par, una serie de incentivos al desarrollo de energías limpias y al desplazamiento del uso de petrolíferos. Como país miembro del G-20, México estará bajo una lupa especialmente poderosa para mostrar si camina al lado de las naciones más conscientes y comprometidas con la sobrevivencia global o bien si mantendrá la postura anacrónica de imaginar un futuro del país basado en la extracción y el uso del petróleo.
En forma alguna sería sencillo que nuestro actual gobierno acepte dar un giro radical en esta delicada materia. No hay que hacernos demasiadas ilusiones pues hasta ahora ha caminado en la dirección opuesta. Sin embargo, de no hacerlo así, al llegar a la cita de Glasgow la delegación mexicana deberá sopesar el lugar en que quedaremos colocados en el mundo y la responsabilidad histórica que ignoró.