A la emergencia sanitaria y la desaceleración económica se le está sumando un tercer elemento disruptivo: una crisis en la comunicación nacional. Y está a la vista, sin una adecuada sintonía entre estos tres factores, en vez de una salida promisoria nos encontraremos con un callejón sin salida.
Remediar la pandemia depende de la ciencia, las medidas preventivas y de un tratamiento eficaz para los enfermos. Esto tomará tiempo. Atender la recesión económica, la pérdida de empleos y el cierre de negocios marcará probablemente el resto de esta década. Así las cosas, lo único que puede mejorarse bastante rápido y con relativa facilidad es la comunicación.
En cualquier esfuerzo colectivo, especialmente en tiempos de crisis, la comunicación se convierte en acciones precisas. Se trata de llamados concretos para alertar y movilizar a la población. En escenarios de guerra, los mensajes de gobierno se traducen en evacuación de ciudades, racionamiento de comestibles o instrucciones para ocupar los refugios. Si la población pierde credibilidad en quienes emiten esas instrucciones, dejan de alertar sobre los riesgos o declaran victorias irreales sobre el enemigo, el esfuerzo bélico y la defensa de la gente deja de surtir efecto. En México nos estamos acercando a este último escenario.
Los mensajes a los mexicanos, los del gobierno y los de otros sectores, distan mucho de ser homogéneos y a menudo son incoherentes y contradictorios. Quizá en el afán de darnos ánimos y evitar brotes de pánico, las autoridades sanitarias mandan señales de que ya pasó lo peor y que muy pronto volveremos a la normalidad. No es mala idea tranquilizar a la población, siempre y cuando esos mensajes esperanzadores no terminen por complicar más las cosas en el terreno. No lograremos una estrategia eficaz mientras las directrices sanitarias y los mensajes no coincidan. De otra suerte pasa lo que estamos viviendo: medio salimos de casa o medio nos colocamos el tapabocas, algunos establecimientos abren y otros no, en algunos estados se imponen restricciones severas pero no en los estados vecinos. Será culpa de los medios, de los científicos o de las autoridades, pero lo cierto es que la orquesta nacional no está tocando en la misma partitura. Tenemos mucho ruido y poca música.
Esta situación está derivando en que el debate se centre más sobre los mensajes y los mensajeros que en la atención de los asuntos de fondo. Los médicos y los científicos tienen la responsabilidad de entender el comportamiento de la pandemia y sugerir las acciones que deban tomarse a nivel nacional. Su obligación, mal harían, no es la evaluar sus recomendaciones en función del beneficio político que le traiga a algún partido, a algún sector o algún gobernador. Las autoridades tienen también una labor muy delicada, convocando a la población a que asuma ciertas actitudes, respete las instrucciones sanitarias y se preserve la paz social. Los medios resultan igualmente pieza clave porque sin ellos la población carecería de herramientas para enterarse de lo que ocurre, de lo que dicta el gobierno o de lo que recomiendan los expertos. En este sentido, es evidente que padecemos una crisis de comunicación cuando los científicos perciben que sus evaluaciones son desestimadas, las autoridades equiparan las discrepancias de criterio con los ataques políticos, mientras que los medios son cajas de resonancia de esta polarización en la que suele descalificarse más al mensajero que al mensaje.
Una crisis del tamaño de la que tenemos encima debería ser un pegamento natural para alinear los objetivos nacionales. En México no está siendo el caso. La crisis está poniendo a la vista de todos y sobre todo de nosotros mismos, las enormes dificultades que tenemos en nuestro país para ponernos de acuerdo.
Internacionalista