Durante la guerra en Centroamérica, recuerdo a un general hondureño que decía que no estaba en contra de que se alcanzara la paz, pero que le preocupaba que una vez que terminara el conflicto el mundo dejara de mirar hacia la región y los dejaran en el abandono. Algo así ocurrió, efectivamente. Durante los años de hostilidades, Estados Unidos construyó carreteras y bases aéreas, ofreció adiestramiento a las fuerzas armadas y a las policías. En medio de la rivalidad bipolar, le metió dinero a ese país. Después, se firmó la paz y la predicción del general se cumplió.
Ahora, debido a la incesante migración que se genera en el Triángulo Norte, Washington vuelve la mirada a la zona y planea aportar 4 mil millones de dólares para detonar el empleo y el desarrollo. Entre los tres países —Guatemala, Honduras y El Salvador— suman más de 33 millones de habitantes ante lo cual, esa suma de dinero en asistencia al desarrollo resulta a todas luces insuficiente. En realidad, lo que se requiere es de un plan de largo plazo y destinar ese dinero a contener la crisis actual, sobre todo de niños que migran solos. Los recursos están mal orientados. Mucho más gasta Estados Unidos en el patrullaje de su frontera que en atender la raíz del problema.
Las inversiones y los empleos no van a aparecer sin avances perceptibles en materia de legalidad, seguridad y fortalecimiento institucional. Los mercados de esas naciones no son voluminosos de por si. Si a esto añadimos los altos niveles de violencia, carencia de infraestructura y falta de acuerdos entre los tres países para detonar el desarrollo con un enfoque regional, el resultado previsible es que el dinero que envíe se esfumará sin alcanzar resultados.
México es una pieza clave dentro de esta ecuación. Si en este país aspiramos a lograr un desarrollo más equilibrado, Centroamérica debería interesarnos prioritariamente. Basta observar el mapa de México para darnos cuenta de que el esfuerzo nacional se concentra en conquistar el norte: hacia allá van las principales carreteras y los troncales ferrocarrileros, los vuelos, los ductos y la carga marítima. Esto es natural, al ser vecinos de la economía más grande del mundo. Sin embargo, siendo la segunda potencia latinoamericana, por equilibrio interno y por servir al interés nacional, México debería adelantarse a la propuesta de Biden para ser el epicentro del desarrollo regional centroamericano y, por ende, del sur de nuestro país.
Así, antes de meter un centavo, México debería tomar el liderazgo de un proyecto multinacional para identificar la vocación económica de esta rica región del mundo y pactar un proyecto de desarrollo del Istmo que incentive a los capitales estadounidenses a invertir con tiros de precisión. México puede ser ese gozne privilegiado en la cintura de América. Un esfuerzo de esta naturaleza sería bien visto y acompañado por Washington y sin duda podría marca un antes y un después en la vida de los centroamericanos. Una iniciativa de este corte podría darle horizonte e identidad a nuestra política exterior.
Internacionalista