Las vacunas contravienen la voluntad de Dios, que consiste en castigar a la humanidad con una merecida plaga por los pecados cometidos. Bajo esta hipótesis, vacunarse equivale a ir en contra de los designios divinos. Los chinos que supuestamente comieron una sopa de murciélago mal cocinada y con ello iniciaron la pandemia, operaban bajo instrucciones del más allá. Si se prefiere aceptar la teoría de que el virus maligno nació en un laboratorio de Wuhan en vez de en una fonda, de cualquier manera los chinos no hacían más que cumplir con la voluntad celestial. En Estados Unidos existen organizaciones enteras que creen en esta tesis.  

Otra razón para rehusarse a recibir la vacuna establece que el virus no es tan real ni tan peligroso como nos lo pintan. En realidad se trata de un invento mercadotécnico muy sofisticado para que las grandes farmacéuticas del mundo se hinchen de dinero, al igual que sus socios de Amazon, Facebook (que se ha embolsado más de 7 mmd con la pandemia) y otras empresas que han obtenido jugosas ganancias como FedEx o Zoom. Es decir, el Covid es un cuento chino para engrosar las carteras y el poder de los magnates.

 El tercer grupo de razones para no vacunarse tiene que ver con dudas, muchas de ellas legítimas, respecto a la velocidad récord con que se produjeron, su efectividad y los derechos que nos asisten para permitir que nos inoculen o no. Esta es probablemente la cuestión más atendible, pero tampoco cuenta con sustento científico. La evidencia demuestra que los vacunados están mejor protegidos contra el virus.

 El asunto de los derechos es particularmente complicado. Efectivamente, cualquier persona puede tomar la decisión de no vacunarse. Nada más que si quiere entrar a un sitio de trabajo, a un restaurante o ir a un concierto, el ejercicio de ese derecho individual puede impedirle acudir a lugares a los que únicamente tengan acceso los que comprueben que han sido inoculados. Esto podría operar en las escuelas, en los medios de transporte, en los cines y en las oficinas.
 Después de leer y tratar de aprender lo más posible sobre la mentalidad de los movimientos anti-vacunas me parece que el argumento más delicado es el de la credibilidad en las instituciones.

 Este es el aspecto que genera mayores dudas. Nuestras autoridades deberían tomar nota de ello. La revista médica Lancet plantea que es muy válido preguntarse por qué debemos creerle, confiar en funcionarios e instituciones que en los últimos dos años nos han llevado a la parálisis económica, a perder el empleo, a dejar de ir a la escuela, al aislamiento social y encima se siguen acumulando los contagios.

 Dentro de este debate, México se cuece aparte. El grueso de la gente está dispuesto a vacunarse.  De hecho, a nivel mundial México es un referente en materia de vacunación (o era). La sociedad mexicana tiene una confianza ciega sobre los beneficios de la vacunación. Y con buena razón: en nuestro país se ha erradicado la polio, la meningitis y la viruela, prácticamente también el sarampión. El problema con el Covid es que las autoridades, por un extraño cálculo político, han buscado minimizar los estragos que causa este virus y utilizar las camas de hospital disponibles como medida del éxito de la estrategia. En la medida en que los contagios y los fallecimientos se acercan a nuestro entorno más cercano, aumentan las dudas sobre la seriedad y validez de los mensajes gubernamentales. Si se utilizan argumentos falsos una vez, como la utilidad del cubrebocas o los colores del semáforo epidemiológico, el resto de los planteamientos y recomendaciones genera dudas entre la población.

 Atravesamos por una etapa que, ante lo desconocido, proliferan las teorías de la conspiración. La mejor manera de combatirlas es que las autoridades sanitarias se apeguen a la evidencia científica y se alejen de la rentabilidad política de corto plazo.

Internacionalista


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