Vaya contradicción: México es uno de los principales productores de amapola y goma de opio en el mundo y al mismo tiempo importamos grandes cantidades de morfina y oxicadona para atender a nuestros pacientes. Lo más lógico sería que fuésemos autosuficientes en estos medicamentos y que además exportáramos, idealmente el producto terminado pero cuando menos las materias primas, para su elaboración y distribución en los mercados mundiales.

Es bastante grave que seamos deficitarios en una línea de productos que requiere nuestra población y que paguemos grandes sumas de dinero cuando podríamos obtener enormes ingresos por una planta que crece naturalmente en México. Desde un punto de vista médico y comercial esto es inaceptable. Tan sólo Purdue Pharma, una farmacéutica de Indiana, obtuvo utilidades el año pasado por más de 11 mil millones de dólares. Buena parte de esos ingresos podrían ser para los agricultores mexicanos que hoy viven bajo el asedio del crimen organizado.

En vez de producir medicamentos para el mercado mundial, producimos narcotraficantes y poblaciones enteras en la clandestinidad, sobre todo en Guerrero y Michoacán, donde se cultiva mayoritariamente la amapola y luego se transforma en opio y heroína.

Por razones médicas, comerciales y sobre todo de seguridad nacional, México debe tomar muy en serio este asunto. De acuerdo a las convenciones internacionales no es ilegal producir amapola, siempre y cuando se registren internacionalmente las áreas cultivables y se declare públicamente el monto de producción de las parcelas. En España, en Francia y en Turquía, por mencionar tres ejemplos, se produce amapola de manera lícita para el mercado internacional de supresores del dolor, sobre todo para pacientes terminales.

México podría ser un competidor de primer nivel si registra sus zonas de cultivo, ofrece un rango de producción de opiáceos, se somete a las reglas internacionales y ofrece garantías de que tendrá bajo control esas regiones. Esto quiere decir que en la medida en que México regule su producción y asegure que dicha producción no llegará a manos del narcotráfico puede vender estos productos a nivel mundial. El gobierno tiene que poner manos a la obra, para beneficio de los productores y para reducir los alarmantes niveles de delincuencia y de violencia que se registran precisamente en las zonas donde se cultiva esta planta.

La tarea será ardua para el gobierno mexicano, pues además de cumplir con la normatividad internacional, debe desplegar fuerzas del orden para garantizar que estos productos no lleguen al mercado negro. Uno de los obstáculos que deben tomarse en cuenta es que el principal proveedor a nivel mundial es Afganistán. Una de las dudas que tiene el gobierno de Estados Unidos de retirar sus tropas de ese país está ligado a la producción de opiáceos. Los costos de la guerra en ese país se cubren en buena medida con la venta de analgésicos. A pesar de estos obstáculos, México no debe retrasar su decisión de entrar en el mercado legal de estos productos, por el bien de nuestro sistema de salud, de nuestro comercio internacional y, sobre todo, para dar una salida legal y muy redituable a la crisis de violencia e inseguridad que vivimos.

Director General Ejecutivo del Aspen Institute

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