A fuerza de repetirlo, empezamos a creernos que en verdad hay una relación directa entre los niveles de pobreza y la inseguridad. El Presidente de la República sostiene consistentemente esta tesis. A más pobreza mayor violencia, es el mensaje. Dicho de otra manera, los pobres matan, roban, secuestran y extorsionan porque no tienen de otra, porque las circunstancias los orillan a cometer estos actos o porque saben que su condición de pobreza es fruto de la injusticia y eso les conduce a violar las leyes y a ser violentos.

Las cifras de homicidios y delincuencia abierta desmienten esta aseveración. Los cinco estados más peligrosos del país —Guanajuato, Baja California, Estado de México, Jalisco y Chihuahua- se encuentran muy lejos de ser las entidades más pobres de México. De hecho, se encuentran más cercanos al techo que al piso.

Por contraste, la mayoría de las demarcaciones más seguras —Yucatán, Campeche, Tlaxcala, Nayarit y Durango— se encuentran entre los estados con menor desarrollo relativo en la República mexicana.

Lo anterior no implica, desde luego, que deba fomentarse el atraso y el subdesarrollo para mejorar la seguridad del país. Lo que sí demuestran estos datos es que la pobreza no es el factor determinante para explicar que alguna zona del país sea más violenta que otra. El único estado donde pobreza y violencia empatan con claridad es Guerrero. Y aun Guerrero muestra diferencias internas muy importantes: la ciudad más violenta de esa entidad es curiosamente la más rica, no la más pobre que tiene, el puerto de Acapulco.

Bajo la tesis de que la pobreza trae mayor delincuencia, Guanajuato es quizá la mayor paradoja del país. Se trata de un estado altamente industrializado, con una economía bien diversificada, buenas universidades, una conectividad y redes de transporte envidiables y, a pesar de ello, cuenta con la tasa de homicidios más alta del país. Algo muy similar le pasa a Jalisco.

Coincido con el presidente en que hay que buscar y atender las causas profundas, los detonadores de la violencia en México. Solo con un buen diagnóstico podremos encontrar la medicina y el tratamiento adecuados. Entonces, es evidente que hay que buscar esas razones más allá de la tesis de la pobreza y la desigualdad.

Los estados más violentos tienen en común la disputa de su territorio por las grandes bandas delincuenciales o bien su importancia estratégica para el crimen transnacional. Tijuana, Ciudad Juárez y Nuevo Laredo son las ciudades más prósperas en toda la frontera y a la vez son las más peligrosas. Su densidad y localización las hace idóneas para el tráfico de drogas al mercado estadounidense. La violencia en Guanajuato coincide con el auge del robo de combustibles en los muchos ductos que lo atraviesan. Jalisco y Colima (otro estado que ha visto crecer la violencia) combinan ubicación geográfica con disputa de territorios entre bandas criminales.

El mapa de la criminalidad en el país responde a causas bien diferenciadas y no a un factor único. Por ello, la noción de establecer una “estrategia nacional”, idéntica para todos los estados, no está funcionando ni podrá funcionar.

Director General Ejecutivo del Aspen Institute

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