Con creciente insistencia circula el argumento de que Estados Unidos es el único contrapeso real al gobierno de la 4T. Los más angustiados con el rumbo que lleva la nación observan que la oposición prácticamente no pinta. Los empresarios buscan acomodarse a las circunstancias y han visto disminuir su influencia. El Congreso y el Poder Judicial no atraviesan ciertamente por su mejor momento. Algunos medios y pensadores denuncian y ejercen la crítica, pero de cualquier manera no controlan ni definen la agenda pública. Este vacío alimenta la noción de que Washington será el factor decisivo; un poder real que no está sujeto a los vaivenes de la política mexicana y que, por tanto, podría alterar la dirección que lleva el país. Quienes están preocupados por las tesis y las acciones del gobierno apuestan a que Estados Unidos no permitiría que nuestro país se convierta en un símil de Venezuela o de Cuba debido a la vecindad con la gran potencia.

Vamos por partes. Para Estados Unidos que solamente tiene dos vecinos geográficos, Canadá y México constituyen la prioridad de seguridad nacional número uno. Tan es así que los dos países forman parte del Comando Centro (Cencom) dentro de la lógica militar de Estados Unidos, como si fuésemos parte de una misma esfera de seguridad. Por razones muy complejas, normalmente ponen más atención en el Medio Oriente, en Rusia, en Irán y recientemente en China. La estabilidad política y el alineamiento de México y de Canadá nos han sacado de las preocupaciones de la alta política internacional, según se mira desde Washington. Por descontado consideran que sus dos vecinos son sus aliados y que no estarían dispuestos a jugar la carta de diplomática de acercarse más de la cuenta con Beijing o con Moscú.

Dicho esto, también están conscientes de que un México sumido en la inestabilidad política, con graves trastornos económicos y violencia social, sería un factor que los distraería de inmediato del resto de sus compromisos internacionales. Un México caótico generaría flujos migratorios incontrolables, afectaría uno de sus polos de comercio más relevantes, pondría en riesgo sus inversiones y les obligaría a centrar el aparato de inteligencia y de seguridad en un país que hasta ahora no ha sonado las alarmas dentro de su cálculo geoestratégico.

¿Hasta dónde pueden estar preocupados en Washington por el rumbo que lleva México? ¿Qué razones les llevarían a actuar o a influir en los asuntos mexicanos? La respuesta es más o menos clara: cuando perciban que sus intereses y su seguridad están siendo amenazados. Dentro de la baraja de decisiones que ha tomado la 4T, la mayoría no afecta directamente a EU, salvo algunos aspectos de la política energética, el clima de incertidumbre para la inversión extranjera y la cooperación contra el crimen organizado. Esto puede cambiar en la medida en que los problemas de México se conviertan en problemas para Estados Unidos, como es el caso de la creciente migración mexicana. Washington está lejos de generar una política de intervención activa en México. Hasta ahora lo único que ha ocurrido es que, por primera vez en cerca de veinte años, nuestro país tiene un sitio en el radar de las preocupaciones globales de Estados Unidos.

Internacionalista

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