Alguna vez me comentó un diplomático italiano que su país y México se parecían mucho, además de los colores de la bandera, porque en ambos países el norte produce la riqueza que el centro administra para ganar votos en el sur. De esta manera, decía, el centro y el sur se apropian de la política y el norte de la economía. ¿Quién manda, entonces? —me preguntaba. La respuesta en aquellos tiempos me resultaba sencilla, explicándole que a los mexicanos el federalismo nos venía tan natural como a los europeos el tribalismo. En esos días Yugoslavia se estaba fragmentando en seis países distintos, los vascos y los catalanes sostenían movimientos separatistas, lo mismo que la Liga Lombarda en Italia y los escoceses en el Reino Unido. De este lado del Atlántico, Quebec realizaba un plebiscito para decidir si se independizaba o no del resto de Canadá.

La lengua y las diferencias culturales suelen ser un motor poderoso para los movimientos separatistas en todas partes del mundo. El lema de estos movimientos, palabras más o menos, es que “no somos iguales a los del resto del país”. Una vez que cobran conciencia, se convencen a sí mismos de que son diferentes, viene el cálculo económico: ¿estaremos mejor o peor como un estado independiente? Cuando los quebecois se enteraron de la parte de la deuda canadiense que les correspondería pagar, decidieron dar marcha atrás. A los escoceses, Londres los amenazó con bloquearles el ingreso a la Unión Europea si decidían independizarse y luego, ironía de ironías, fueron mayoritariamente los ingleses quienes se retiraron del gran club europeo.

En México, lejos de separarnos, nos enorgullece la diversidad cultural. Quizá por eso no nos cansamos de seguir descubriendo el país. Sin embargo, ahora estamos entrando en un territorio insólito. Hasta el momento, las quejas de los diez gobernadores se han circunscrito a la manera en que se distribuyen los recursos presupuestales y la atención que reciben del gobierno federal. La mayoría de estos estados se localizan del centro al norte de la República y aseguran aportar más de lo que reciben de la Federación. Es decir, que el norte subsidia al sur. Salvo en las etapas de gran bonanza petrolera, cuando Tabasco, Veracruz y Campeche aportaban más valor del que recibían, la constante ha sido que los estados más ricos del país aporten más recursos para el sostenimiento de los más pobres. Hasta hace muy poco tiempo prácticamente todo mundo aceptaba esta realidad. ¿Qué ha cambiado?

Desde hace más de dos décadas el poder que concentraba la Presidencia fue diluyéndose entre regiones y sectores. Así, los presidentes fueron buscando gobernadores aliados más que subordinados y parte de esas alianzas tenían que ver con el presupuesto que obtendrían a cambio de su adhesión. Ahora tenemos tres tipos de gobernadores: los que son del partido oficial, los de oposición que juegan judo con el gobierno central y los diez más visibles que han optado por el karate. El surgimiento de este fenómeno es un llamado urgente para reunir a la República bajo fórmulas actualizadas de entendimiento, un federalismo renovado y, ante todo, bajo una visión integral del gran país que tenemos.

Internacionalista

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