Polarizar tiene sus consecuencias. Eso de dividir a la población en bandos antagónicos e irreconciliables no deja término medio y por ende despeja cualquier duda a la hora de votar. Por ello, estas elecciones serán un referéndum entre Morena o no más Morena. Poco importa que la oposición haya hecho poco o nada para merecer nuestro voto, que carezcan de propuestas o que no hayan limpiado su reputación frente a los excesos del pasado. El tema prácticamente único de la elección tiene que ver con la continuidad o el debilitamiento de Morena. A quienes los han calificado de adversarios por ninguna razón votarían por un partido que les ha dicho que son indeseables, malos mexicanos, ciudadanos que deberían desaparecer del mapa nacional. Por el contrario, quienes se sienten parte de la transformación o perciben que el gobierno está de su lado, lo que más desean es que se complete la faena y, para ello, buscarán reforzar las posiciones políticas de la 4T. Estando así el panorama, las elecciones que vienen no tienen medias tintas.
Aunque parezca paradójico, gane o pierda Morena el resultado final será muy similar. Si gana, podrán argumentar que han recibido una ratificación, un mandato renovado a su manera de gobernar y dirán que, por tanto, es hora de profundizar en la transformación. Si pierden, con más razón dirán que es urgente meter el acelerador de los cambios porque los conservadores y los adversarios son capaces de descarrilar su proyecto. En ambos casos, el escenario más probable es el de la radicalización, el fortalecimiento de sus bases.
Vivimos un México inédito, sin matices y, por consiguiente, plagado de riesgos. Las democracias peligran cuando las únicas opciones políticas se encuentran en los extremos. El votante moderado queda marginado, orillado a emitir un voto de castigo o bien de duplicar la apuesta.
Con este escenario a la vista, lo más probable es que después de las elecciones, México amanezca más dividido que hasta ahora y viva meses muy largos de reclamos e impugnaciones. Si pierde la oposición, adoptará posturas más audaces para evitar que eso vuelva a suceder en 2024. Si pierde Morena, el llamado será a la radicalización de sus seguidores para sostener el poder y mantener el rumbo. Un voto de castigo difícilmente conducirá a un gobierno más conciliador, que busque sumar a quienes no están de su lado. En lugar de intentar convencer a los adversarios, se buscará condenarlos más.
En realidad, más allá de las luchas por el poder entre partidos, los votantes estamos ayunos de buenas opciones políticas. Es triste que nuestro voto esté condicionado por ubicar al menos peor. La percepción de cada votante dirá si, como suele decirse, estábamos mejor cuando estábamos peor, o si el país ha mejorado en comparación con lo que teníamos antes. Este será el factor determinante.
Internacionalista