La historia sirve para comprender por qué somos como somos. Existen otras teorías y razones para estudiar el pasado, pero me parece que esta es la motivación más convincente. La historia nos moldea, ciertamente, pero cuidado con afirmar que nos condiciona. Existen muchos ejemplos de países a los que la historia los ha tratado bastante mal pero han sabido remontar sus traumas nacionales para convertirse en la mejor versión de sí mismos.

El año que viene, con las conmemoraciones que está preparando el gobierno, viviremos un México más enfocado en conocer y entender su devenir histórico. Bienvenido el debate, de suyo interesante, en la medida en que conduzca a un mejor conocimiento de nosotros mismos, de nuestras fortalezas y capacidades, de nuestros problemas y flaquezas. De alguna manera entraremos en un ejercicio, más que de revisión de los acontecimientos históricos, de psicología colectiva.

México ha construido una narrativa que hace aparecer a nuestra historia como una experiencia eminentemente traumática y dolorosa, en la que el personaje central, los mexicanos, nos hemos significado por una característica esencial: la resistencia. Nuestra historia, tal como la aprendemos desde la primaria, no se inclina a subrayar logros, sino a resaltar la capacidad de sobrevivir ante la adversidad, normalmente proveniente del exterior. Así, de un brochazo gordo, es como se nos cuenta la historia patria.

Esta narrativa esconde un mensaje y varias preguntas enigmáticas: ¿qué tipo de país seríamos hoy si no hubieran llegado los conquistadores españoles, si no hubiéramos perdido la mitad del territorio a manos de Estados Unidos, si los franceses no hubieran establecido a un emperador, si Madero hubiera podido concluir su obra democrática, si los pueblos originarios jamás hubieran sido perturbados por la presencia de otras culturas y potencias? La idea subyacente pareciera implicar que las cosas funcionaban bastante bien en el México dominado por los aztecas hasta que llegaron los europeos y echaron todo a perder. El jardín del Edén fue dislocado y echado a perder. Es decir, si no hubiesen llegado los españoles y no tuviéramos la mala suerte de ser vecinos de una superpotencia, México sería mucho mejor de lo que ya es.

Utilizar a la historia como excusa para justificar nuestras debilidades y carencias no es una explicación, es un lastre. Estos intentos de justificación implicarían que estamos condenados a no alcanzar más altos niveles de desarrollo o de ser una potencia internacional porque así lo determina la historia.

A menos de veinte años de ser destruido con bombas atómicas, Japón ya estaba organizando los juegos olímpicos. Alemania, cargada de culpas y con el territorio dividido logró en un par de décadas consolidarse como la principal economía de Europa. Corea del Sur, también dividida, se ha convertido en un referente mundial de progreso. Australia nació como centro penitenciario pero, en vez de recordárselo todos los días, han construido un país con niveles de bienestar sobresalientes. México registra también una historia accidentada. Sin embargo, lo que demuestran países como los mencionados es que el devenir histórico no condiciona la capacidad de transformar el presente y mucho menos debe convertirse en una suerte de maleficio inalterable para construir un mejor futuro.

Internacionalista

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