En los últimos veinte días de su mandato pudimos confirmar lo peligroso que resultaba para su país y para el mundo que un individuo como Donald Trump gobernara a la nación más poderosa del planeta. Su actitud narcisista y antidemocrática le ha llevado a desconocer los resultados electorales de noviembre pasado, a declarar sin fundamento que le cometieron un fraude masivo, que lo sacaron del poder a la mala. La democracia es un barco que cambia de capitán periódicamente; Trump prefirió que el barco se hundiera antes que dejar el mando. Llegó al extremo de exigirle a su vicepresidente, Mike Pence, que invocara facultades legales que no existen en la legislación norteamericana para desconocer el resultado de las elecciones. Aunque le quedan exactamente quince días en la presidencia, el Congreso está valorando la posibilidad de invocar la Enmienda 25 de la Constitución para separarlo del cargo por el riesgo que representa para su país y para el mundo. Tiene acceso al botón nuclear en el momento mismo en que Irán amenaza con dañar a Estados Unidos a un año del asesinato del Gral. Sulaimán. Parece en verdad película de emoción.

Por aferrarse al poder sin importarle las consecuencias para su país, por poner en peligro la vigencia de la democracia, la estabilidad política y la concordia de su pueblo, por incitar a la violencia y a desconocer la voluntad popular, Donald J. Trump será recordado como el presidente más nocivo que haya tenido Estados Unidos. Hasta hace unos pocos días daba la impresión de que surgiría un movimiento Trumpista que competiría en la arena política en el 2024 con las banderas del nacionalismo a ultranza, el aislacionismo y el slogan de que Estados Unidos va primero en todo. Después del discurso que dio ante sus bases de fanáticos frente al monumento a Washington, incitándolos a no rendirse, a exigir que lo ratificaran como presidente y que su hija Ivanka le hiciera la segunda llamando a los “patriotas estadounidenses” a defender a su líder, Donald Trump bien podría enfrentar cargos penales de la mayor gravedad como son los de sedición, desacato y traición a la patria. En breve sabremos si la administración Biden será indulgente con este personaje o le aplicará todo el rigor que permita la ley.

Esta será sin duda una de las decisiones más delicadas que deba enfrentar Joe Biden: apostar a la concordia nacional perdonándolo o ignorando los graves delitos que está cometiendo o de plano tomar la Constitución en la mano y someterlo a un juicio que para unos sabrá a gloria y para otros lo pudiera convertir en un mártir del nivel histórico de Robert E. Lee, el general confederado que se opuso a la postura unificadora de Lincoln.

Cuatro años al frente de la Casa Blanca no lograron que madurara el junior, el empresario mañoso y caprichoso, al hombre frívolo que siempre ha sido. Nunca mostró empatía o compasión por sus conciudadanos, ni siquiera a las víctimas del Covid. Le importaba más que no lo vieran con un cubrebocas, como si fuera cosa de maricones, que salvar las vidas de miles de personas. Él mandaba y los demás obedecían, le encantaba como a todo buen líder autoritario, escucharse a sí mismo en discursos interminables. Jamás escuchó consejos de quienes sabían más que él de algunos (pocos) temas y si alguien difería de su criterio lo eliminaba de su equipo de colaboradores. Nunca, en cuatro años de gobernó, logró contar con un gabinete: entraban y salían dependiendo de la lealtad que le mostraran al líder. Pisoteó a sus aliados internacionales y mostró respeto y deferencia hacia los tiranos más conspicuos del planeta. Debe ser juzgado por supuesto por la historia (de la que nadie se escapa) pero ante todo y de inmediato por conducir a su país hacia una división social, racial, regional y económica que Estados Unidos no vivía desde la Guerra Civil del siglo XIX. Cuesta trabajo concebir, reconocer que un solo individuo haya logrado llevar a este extremo de riesgo y deterioro a una democracia tan consolidada como la estadounidense. Pronto terminará la pesadilla, los americanos refrendarán sus credenciales democráticas y sus laboratorios políticos buscarán crear una vacuna efectiva contra la demagogia y el populismo que tan bien encarnó el presidente más nefasto que hayan tenido en Estados Unidos.

Internacionalista