Los niños pequeños se tapan los ojos y de esa manera creen que nadie puede verlos, según ellos se vuelven invisibles. Algo muy parecido le está sucediendo a nuestro presidente que, ante la evidencia mundial de una pandemia declarada oficialmente por la OMS, cierra los ojos y trata de convencerse de que todos los males que nos acechan desaparecerán. Y es cierto, como él dice, que a lo largo de nuestra historia los mexicanos hemos padecido y superado infinidad de cataclismos, desde los naturales hasta las crisis económicas y los desaciertos políticos. Pero en el caso de esta epidemia resulta imperdonable que el gobierno siga siendo omiso y obstinado ante las advertencias y la evidencia científica sobre la propagación del virus. Nuestra posición geográfica permitía anticiparnos y tomar las precauciones necesarias para que México fuese uno de los países menos afectados. Sin embargo, por razones francamente inexplicables, el gobierno ha decidido tomar un curso de acción que ningún otro país ha adoptado. Viene el tsunami y nosotros, en vez de resguardarnos, nos quedamos a jugar en la playa. Como si los mexicanos fuésemos inmunes por naturaleza a una enfermedad que aqueja a todo el planeta.
Más allá del alud de críticas que le ha llovido al gobierno mexicano en los medios mundiales, la principal llamada de advertencia, a la que hay poner atención, provino de la Organización Mundial de la Salud, un organismo subsidiario de la ONU, cuyas determinaciones tienen alcance global. Desatender recomendaciones de la OMS tiene implicaciones muy serias. Hasta ahora no hemos recibido más que un regaño, un señalamiento puntual. Pero, en la medida en que el virus se propague, simple cuestión de tiempo, las advertencias de la OMS se traducirán en sanciones como prohibición para viajar a México, impedir el ingreso de connacionales en otras naciones, impedimentos sanitarios a algunas de nuestras exportaciones, calificación negativa en mercados financieros y, en suma, declarar a México un país en abierta rebeldía y desacato a las medidas decretadas por el máximo órgano encargado de la salud mundial. La actitud del gobierno no es cosa de juego para el resto de la humanidad. Aquí, nuestro presidente y sus principales colaboradores pueden intentar taparse los ojos, como niños pequeños, pero el mundo no va a ignorarlo y tomará las medidas que estime necesarias para evitar que el contacto con México pueda perjudicarles.
Es decir, además de las graves consecuencias que esta actitud de negación puede crear en la salud de nuestra población, las repercusiones económicas y el aislamiento en que puede colocarnos ante el resto del mundo pueden ser uno de los grandes retrocesos de las últimas décadas. Si la 4T quería hacer historia, aunque fuese del lado negativo, está en inmejorables condiciones para lograrlo.
La otra forma de ceguera que debe preocuparnos es la de aquella parábola en que una rana es colocada en un perol a fuego lento. La temperatura sube tan paulatinamente que la rana no se espanta hasta que está a punto de hervirse. En México, en distintos frentes estamos presenciando una cadena creciente de errores y desatinos, sea en materia de seguridad, de salud, de crecimiento económico o de ahuyentar inversiones, que muy pronto llegarán al punto de ebullición. Curiosamente, la ceguera del gobierno está abriendo los ojos de la ciudadanía, que está demostrando mejores instintos y capacidad de reacción que las autoridades. En estas condiciones, el costo político para el gobierno sí que será visible.
Director General Ejecutivo del Aspen Institute