Es un buen dato que la diplomacia mexicana haya conseguido una condena unánime del Consejo Permanente de la OEA por los asesinatos, calificados de acto terrorista, perpetrados en El Paso, Texas.
Es importante ir construyendo un consenso continental que ponga freno a las ideologías de corte racista y sus consecuencias. Pero más importante aún es hacer operativa esta resolución de la OEA. El largo camino contra los crímenes de odio, la intolerancia étnica y la discriminación apenas comienza.
La resolución adoptada por la OEA hace un llamado a que los Estados miembros adopten medidas para combatir la xenofobia y castiguen este tipo de conductas. Para redondear la faena diplomática será necesario mantener el tema en primer plano y lograr que el derecho interamericano incorpore este tipo de comportamientos en la doctrina legal hemisférica. Condenar y castigar estos actos será la parte más sencilla desde el momento en que se priva de la vida a otras personas. Las motivaciones serán un tema más polémico; definir con precisión jurídica el tipo de manifiestos y expresión de ideas que conducen a actitudes terroristas, como ocurrió precisamente en El Paso.
Mentes frágiles y manipulables como la de ese joven asesino son presa de mensajes y discursos que ellos no construyeron, simplemente asimilaron y ejecutaron. De ahí que parte de la cruzada que inicia México deba generar el debate, este sí muy complejo, de penalizar o no a quienes a través de sus escritos y proclamas logran que otros más cometan asesinatos de inspiración racista. Otro punto, igualmente polémico, consiste en determinar cuándo y bajo qué criterios debe sancionarse el comportamiento racista: ¿al negar un puesto de trabajo a alguien de otra raza?, ¿cuando se le insulta o maltrata verbalmente por el color de la piel, o hay que esperar hasta que haya alguna forma de agresión física o sobre su patrimonio?
Me parece espléndido que se discutan, por difíciles que sean, estos asuntos. En el continente americano, en México para no ir más lejos, existen múltiples formas de discriminación que no sólo pasamos por alto sin que merezcan sanción, sino que de facto vulneran las posibilidades de que grupos sociales enteros se integren adecuadamente al tejido nacional.
Por ello, a partir de la resolución de la OEA, la estrategia más efectiva para crear un modelo de comportamiento a nivel continental sería que México empezara por su propia casa, pregonando con el ejemplo, como líder que es de esta iniciativa. Es de esperarse que dentro de nuestro país se detone, primero que en cualquier lugar de las Américas, este imprescindible debate.
Por otro lado, es totalmente entendible que esta resolución plantee una condena de principio y en tono general. Pero lo cierto es que detrás de este fenómeno se encuentra (sin ser, desde luego el único factor) el discurso incendiario y polarizante de cierto presidente de un país muy poderoso que desde que era candidato a la presidencia ya nos calificaba a nosotros los mexicanos como asesinos y violadores y como factor de delincuencia en su territorio. Por la tribuna que ocupa, ese personaje tiene una responsabilidad mayor y una obligación más clara de fomentar la concordia entre los distintos segmentos de su población. México no atajó a tiempo esas expresiones para “no entrometerse en la política interna” de esa nación. Bullshit, dirían nuestros vecinos del norte. Por respetarlo tanto ahora tenemos 22 asesinados. Flaco favor le hizo el gobierno pasado a nuestros paisanos con su celo por “el respeto y la no intromisión”.
El ahora presidente de ese país construyó una narrativa que desprestigia y pone en riesgo la integridad de los mexicanos que radican ahí. Habrá que dejar en claro, como política de Estado, que cuando alguna figura pública, de donde sea en el mundo, se valga de sus prejuicios y de sus inclinaciones xenófobas para denostar a los mexicanos, tendrá una respuesta puntual y contundente. Ojalá esta sea la última vez que recurrimos a la OEA para denunciar estas conductas racistas. Y ojalá que ello sea resultado de que denunciamos a tiempo
al agresor.
Internacionalista
La representante permanente de México ante la OEA, Luz Elena
Baños Rivas, ayer en Washington. TOMADA DE TWITTER