Después de que, en 2014 y 2016, se jugaron dos finales entre el América y los Tigres, mi compadre Aldo Farías supuso que esa serie por el título se repetiría cada seis meses y, a lo mejor, el Monterrey se les acercaría.
A partir de ahí, varios colegas y compañeros han opinado con mucho interés sobre que este duelo ya sea considerado el nuevo clásico de nuestra amada Liga MX.
Algo que, a ciencia cierta, no ha ocurrido e incluso se le cayó un poco la intensidad a la rivalidad en los últimos años, por el amplio domino americanista.
Ya van seis años en los que el equipo de la Ciudad de México no tiene rival en la cancha cuando enfrenta a los Tigres.
Ahora bien, justo después de la salida del Piojo Miguel Herrera, quien llegó a Tigres —con directivos que venían del América— para darle una nueva era al proyecto del Tuca Ferretti, en el club felino encontraron —por fin— con Robert Dante Siboldi esos tiempos en los que el Volcán pesa, y gracias a su colmilludo equipo y tremenda nómina, ganaron el título para seguir vigente la dinastía del equipo de la década.
Sí, en San Nicolás de la Garza y a nivel nacional se debate sobre el tamaño del equipo, pero hoy con argumentos para pensar que ha superado a Pumas y Cruz Azul por su protagonismo constante.
Si a eso le sumamos que a Chivas sólo le queda su gran afición, el América necesita un nuevo sinodal que esté a la altura de esas exigencias de un equipo que, al menos en siete de los últimos 10 torneos, llega a semifinales.
Hoy, el destino y la historia del “Último Baile”, que desde hace un semestre protagoniza la generación dorada de André-Pierre Gignac y compañía, pone en el camino al América.
Y no a cualquier América, sino a uno muy poderoso, muy bien diseñado y que está listo para volver a ganar un título, con el partido de vuelta en el Estadio Azteca.
Pero de los 180 minutos y más ya lo tocaremos en la columna del jueves. Sin duda, será una gran semana para disfrutar de la finalísima de nuestra Liga MX. ¡Bienvenidos, bienvenidos! ¿Al nuevo clásico?
