Hemos caído en una batalla de tonterías, con la carga más xenófoba de nuestro días. Lo que Messi juntó, la ignorancia lo separó. Llevamos días peleando y descalificando a los hermanos argentinos, por su forma de festejar. Empiezan los comparativos y burlas.
Algunos se cuelgan de lo que le hicieron a Mbappé , de la violencia desatada por algún sector de su población en plenos festejos, de su política y el desdén de ir a la Casa Rosada , de cómo tuvieron que hacer más rápida la celebración por el vandalismo.
Pero están los cientos; es más, seguro ya superamos los mil argentinos que han venido a nuestro futbol a jugar y se ha trazado una línea de vida conjunta que ya no lo es tanto desde el partido del Mundial (en el que, por cierto, México no supo competir). De ahí, salieron muchas fijaciones y comentarios absurdos, cuando sólo se trata de futbol.
Esta Copa del Mundo enseñó que el código postal, así como el lugar de nacimiento, ya no son las fuerzas principales para alentar a un país. Justo Argentina enseñó, con una estrategia bien desarrollada, cómo amarrarse a mercados emergentes, que le han dado millones de fanáticos.
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Por eso, a días de que estemos gozando de la cena navideña con las familias, pensemos en cómo hemos abonado a una batalla sin sentido contra Argentina. Y, ojo, podemos estar a favor del equipo o no; es parte del juego, de lo que mueve este deporte.
La otra es tomarla como excusa para insultarnos por todas las carencias compartidas que tenemos como países que luchan por mejores condiciones sociales para sus mayorías, que viven con escasos recursos. ¡Bienvenidos, bienvenidos! A una batalla que se salió de control y que, la verdad, no tiene caso alguno.
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