El 31 de diciembre del 2019 la Comisión Municipal de Salud de Wuhan China, informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre un conjunto de casos de neumonía atípica en la ciudad, causados por un nuevo coronavirus. El 23 de enero de este año, el Dr. Tedros Adhanom, Director General de la organización, convoca al Comité de Emergencias que días después declara que se trataba de una emergencia de salud pública de importancia internacional (espii) con 7,818 casos confirmados en todo el mundo, sobretodo en China y en 18 países, lo que evidenciaba que el virus se había propagado fuera de su foco de origen.

El 4 de febrero el director general de la OMS informó lo anterior al Secretario General de la ONU y le solicitó la creación de un Equipo para la Administración de la Crisis (CMT por sus siglas en inglés) a fin de que coordinara a escala amplia al sistema de la ONU, para asistir a los países para prepararse y responder al Covid-19. Para tales efectos el 3 de febrero la OMS había publicado un “Plan Estratégico de Preparación y Respuesta al Covid-19” compuesto de 8 pilares que incluyen 70 acciones de coordinación, planeación y monitoreo, involucramiento comunitario, puntos de entrada; laboratorios nacionales; prevención y control de la infección para enfrentar la pandemia. Finalmente el 11 de marzo la OMS declara la pandemia, dos días después crea un Fondo de Respuesta Solidaria contra el Covid-19 y el 18 de marzo activa el ensayo clínico “Solidaridad” para encontrar un tratamiento eficaz contra el Covid.

¿Y la ONU? Desde 1992, el sociólogo alemán, profesor de la Universidad de Munich, Ulrich Beck, con su libro “La Sociedad del Riesgo” seguido de “La Sociedad del riesgo global”, nos alertó de la profunda transformación que había experimentado la sociedad industrial en los últimos 30 años, debido al enorme desarrollo científico-tecnológico. Este cambio consiste —dijo Beck— en sustituir la “lógica de la producción de la riqueza” sustentada en el crecimiento económico sostenido, por la “lógica de la producción de riesgos” entendida como la forma como ahora surgen y enfrentamos los nuevos riesgos, ya no causados por agentes de la naturaleza, sino por el hombre y con un alcance e impacto mucho más allá de sus lugares de origen. Su mejor ejemplo fue la explosión en Chernobyl en 1986 que no sólo afectó a la ex – URSS, sino a casi toda Europa. Su análisis puede aplicarse al adelgazamiento de la capa de ozono, el calentamiento global, las tecnologías exponenciales y desde luego a las epidemias como la influenza y la pandemia del Covid.

De haberse atendido este certero diagnóstico de Beck, la ONU hubiese generado la necesaria respuesta de la comunidad internacional (un país no puede hacerlo sólo) para que hoy, la humanidad contara con los mecanismos y herramientas idóneas y adecuadas a la nueva sociedad del riesgo global, de las que ahora carece como lo demuestra la crisis del Covid.

Mientras, seguimos esperando que el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, convoque a la comunidad internacional para atender dos gravísimos problemas inmediatos en forma coordinada y mediante un amplio programa de cooperación internacional: el sanitario para detener la pérdida de vidas humanas, en adición a lo que ya hace la OMS, y el de la indispensable reactivación económica, con los organismos financieros internacionales, para detener la pérdida de millones de empleos. ¿Para cuándo?



Docente / investigador de la UNAM

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