El título de este artículo corresponde a la primera frase de la introducción del libro del francés Pierre Rosanvallon, (PR) “El Buen Gobierno” (edición Manantial, Buenos Aires, 2021), y con la cuál de entrada encapsula el interesante tema/problema de su obra.
Estima este agudo pensador, profesor del Collége de France y coordinador de La Republique des idées, que las democracias contemporáneas experimentan una sustancial mutación del problema político fundamental de esta forma de gobierno, que Winston Churchill valorara como “el peor sistema político a excepción de todos los demás”: la relación representantes/representados ahora se ha visto desplazada por la relación gobernante/gobernados.
Esta crisis de la representación obedece a que “para los ciudadanos la falta de democracia significa no ser escuchados, ver que se toman decisiones sin consulta alguna, que los ministros no asumen sus responsabilidades, que los dirigentes mienten con impunidad, que el mundo político vive encerrado en sí mismo y no rinde cuentas suficientes, que el funcionamiento administrativo sigue siendo opaco”. Consecuentemente, “el eje es el Poder Ejecutivo, lo cual entraña un vuelco hacia un modelo presidencial gobernante en las democracias”. ¿Suena a algunos regímenes conocidos?
Ese modelo lo caracteriza como “la presidencialización de las democracias” una evolución política que data de 30 años atrás y que consiste en un ensanchamiento de las facultades del Poder Ejecutivo, que acaba por subordinar al Poder Legislativo. Este último había adquirido preminencia con las revoluciones norteamericana y francesa a fines de del siglo XVIII, como el mecanismo de supresión del absolutismo monárquico, y que nosotros adoptamos en la Constitución de 1857, inspirados en Francia para evitar otra dictadura santanista, mediante la instauración del imperio de la ley con el “pueblo legislador”. El problema de la representación fue el tema central del debate político desde fines del siglo XVIII y todo el siglo XIX.
Pero con el siglo XX y quizás debido a la necesidad de contar con fuertes liderazgos con extensos poderes para sortear las tempestades de las dos grandes conflagraciones mundiales, emerge el problema de un Poder Ejecutivo agrandado que se requiere controlar para preservar a la democracia.
Este problema se inicia con lo que PR denomina “democracia de autorización” que consiste en el permiso electoral para gobernar, pero que no puede ser una suerte de cheque en blanco, pues con razón se pregunta: “¿no vemos acaso en el mundo presidentes elegidos que distan mucho de comportarse como demócratas?”.
Por eso la democracia de autorización requiere complementarse con la “democracia de ejercicio” que determina las cualidades esperadas del gobernante y las reglas en sus relaciones con los gobernados. La ausencia de ésta última “es lo que permite que la elección de la cabeza del Ejecutivo abra el camino a un régimen iliberal y en ciertos casos hasta dictatorial”.
Y esta “democracia de ejercicio” debe conducir a una “democracia de apropiación” por parte de los ciudadanos basada en 3 principios: legibilidad, responsabilidad y responsividad, que configuran la apropiación ciudadana del poder.
Por lo que hace a las cualidades del gobernante, se refiere a las que son necesarias para establecer lazos de confianza entre gobernantes y gobernados y “fundar así una democracia de confianza” compuesta de dos instituciones básicas: “integridad y hablar veraz”.
La suma de una democracia de confianza y de una democracia de apropiación los dos pilares de la democracia de ejercicio, es lo que para PR constituye EL BUEN GOBIERNO.
En este no soslaya una profunda crítica a los partidos políticos.
Nacidos para romper con las “redes de notables” del viejo mundo que regían la vida política y parlamentaria, luego devinieron en organizaciones de masas, expresando clases e ideologías, que dieron voz y rostro a poblaciones ausentes de la vida pública, mediante el ejercicio de una capacidad identitaria.
Sin embargo para este autor a partir de la década de 1990, los partidos comenzaron a erosionarse debido a dos factores: 1)las dificultades de representación de una sociedad cada vez más opaca e ilegible ante el auge del individualismo y la singularidad; y 2)sobre todo por su marcado deslizamiento hacia el gobierno, de tal suerte que hoy en día su función principal no es la representación social, sino “sostener a los gobiernos o criticarlos en espera de ocupar su lugar.
“En consecuencia los partidos se han vuelto elementos auxiliares de la actividad del Poder Ejecutivo, son ellos los que libran el combate para tratar de garantizar una legitimación continúan al poder o, al contrario, mostrar el carácter nefasto de su política a fin de preparar su derrota en las próximas elecciones”.
Y concluye con esta implacable sentencia: “es el deslizamiento hacia el Ejecutivo el que explica que los responsables políticos estén cada vez más alejados de la sociedad y profesionalizados, convertidos en puros hombres y mujeres del aparato”…..“Están limitados a la democracia de autorización y nada más”.
Un ingenioso y novedoso diagnóstico del problema político actual que atraviesan las democracias, pero como buen médico, tampoco ayuno de soluciones para preservar este régimen frente al feroz embate populista.
Docente/investigador por el IIJ-UNAM