Cuando apenas faltaban 2 meses para la elección presidencial para suceder a Yeltsin, el 26 de enero de 2000, el moderador de una mesa redonda sobre Rusia en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza preguntó: ¿Quién es el señor Putin? “La mayor extensión de terreno del mundo, una tierra con petróleo y gas y armas nucleares, tenía un nuevo líder y sus élites económicas y políticas, no tenían ni idea de quién era” (“El hombre sin rostro” libro de Marsha Gessen, periodista del New York Times, editorial DEBATE, publicado en México apenas este año).
En medio de las difíciles condiciones de vida de su infancia y adolescencia, Putin desarrolló una obsesión por convertirse en agente de la KGB. A los 12 años conoce y lo cautiva una serie basada en la novela “El escudo y la espada” en la que el protagonista es un agente de la inteligencia soviética que trabaja en Alemania, precisamente el cargo que obtendría años más tarde en la organización.
La etapa formativa de su vida, fundamental para la integración de un carácter, no estuvo por lo tanto determinada por la enorme riqueza de la cultura rusa, su arte, su música o su literatura; no por un Iliá Repin, un Tchaikovsky o un Dostoievski o Tolstoi, (¿los habrá leído?), sino por la KGB. A tal grado era su obsesión por la agencia, que Putin tenía como referente en su casa, la foto de su ídolo, el padre fundador de la inteligencia soviética, Yan Berzin, autor del espionaje para Europa, arrestado y fusilado en los años 30 por un imaginario complot contra Stalin.
Los únicos “méritos” curriculares de Putin fueron su persistente fisicoculturismo (con el “sambo” combinación de artes marciales soviéticas con yudo y karate) y su carrera de derecho en la Universidad de Leningrado, ambos decididos en función de su ingreso a la KGB.
Ese hombre, sin rostro humano o con el único rostro de haberse forjado en el Comité para la Seguridad del Estado, la agencia de la policía secreta soviética, activa 37 años y disuelta en 1991, es el nuevo tirano que maneja a Rusia como a la KGB, cuya ambición expansionista pone al mundo en riesgo nuclear, mientras hunde a su país como el submarino Kursk.
Ascendido al poder como primer ministro, en momentos de crisis de liderazgo en Rusia, por un error de cálculo de Boris Yeltsin y su gabinete, ahora revela su completo plan expansionista: la anexión de Crimea fue tan sólo el primer paso para tener una salida más cómoda al Mar de Azor y al Mar Negro y luego extender sus tanques a todo el corredor de la franja noreste ucraniana, apoderándose por la fuerza de su ejército de Lugansk, Donestsk, Zaporiyia y Jersón.
Para justificar esa reciente anexión ante su pueblo, la Duma y el mundo, afirma con cinismo que se trató de una adhesión voluntaria de las poblaciones de esos territorios expresada en referéndums, en los que tan sólo el fabricado porcentaje de votación delata su farsa: ¡99,3% a favor de la anexión! Así, con el engaño y la mentira conductas típicas de un tirano, pretende convencer a un mundo incrédulo de los motivos que aduce para la invasión y subsecuente anexión. Que no se engañe, la Asamblea General de la ONU ya aprobó la resolución A/ES-11/L.1 del 2 de marzo de 2022, por 141 países a favor, 5 en contra, 35 abstenciones y 13 ausencias, condenando la invasión rusa a Ucrania, y pronto votará otra contra la anexión.
Por todo eso es de reconocer la reciente intervención de nuestro embajador ante la ONU, Juan Ramón de la Fuente. Con base en nuestra propia historia (4 invasiones y la pérdida de casi la mitad de nuestro territorio), la Constitución (art. 89 autodeterminación, no intervención y proscripción del uso de la fuerza) y el Derecho Internacional, no sólo reiteró nuestro apoyo a la citada resolución sino también condenó las nuevas anexiones rusas, a diferencia de la neutralidad que defendió el presidente AMLO en reciente mañanera. ¿Puede ser neutral un país como México, invadido y mutilado?
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