La conocí en 1986 en Managua, en ocasión de una reunión de la Conferencia Interamericana de Seguridad Social (CISS), organismo regional con sede en México, que aglutina a las instituciones de seguridad social de nuestro continente desde 1942, se extiende de Canadá hasta Argentina y el Caribe. En total 83 miembros de 36 países del hemisferio.
La recuerdo muy bien. Mujer de estatura media, delgada con grandes ojos, muy vivaces, pelo corto que le cubría la típica boina y portando el traje de chaqueta y pantalón con botas negras, indumentaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). (Véase foto en la contraportada de La Jornada, 11/febrero/2023).
Lo que más me impresionó de ella fue su extraordinaria capacidad de persuasión discursiva para explicar, además con un gran sentido autocrítico, los logros y los yerros que en materia de salud había desarrollado el gobierno sandinista, de Daniel Ortega.
Es Dora María Téllez, la icónica Comandante Dos que en su calidad de Ministra de Salud (apenas en sus 20s) nos recibía a los integrantes de la CISS en una reunión regional. Como secretario de la Conferencia, había propuesto se realizara en Nicaragua para apoyar los esfuerzos de México que encabezaba el canciller Sepúlveda en el llamado “Grupo Contadora”, a fin de encontrar una salida diplomática a la crisis que asolaba a la región y amenazaba con la intervención del gobierno de Reagan. Se trataba de acompañar a Nicaragua en ese difícil trance con el escudo de la seguridad social, cuando la flota estadounidense permanecía cerca de su mar territorial.
Su intervención duró escasa media hora en la que impartió una cátedra de la problemática de la salud en su país y los esfuerzos por atenderla. Concluyó con una cerrada ovación de pie de los asistentes al evento.
La Comandante Dos, en la excelente crónica de Carlos Maldonado (El País 10/feb/2023) fue una pieza clave como parte del “batallón guerrillero (con escasos 22 años) que tomó el Palacio Nacional de Managua, sede del parlamento somocista, considerada una de las acciones más audaces de la guerrilla”, asestando un mortífero golpe a la dictadura. Jefa del Estado Mayor del Frente Rigoberto López Pérez, logró la liberación de León al oeste de Nicaragua.
Cuando el sandinismo perdió las elecciones en 1990, Dora María se unió al Movimiento Renovador Sandinista (MRS), creado por el escritor Sergio Ramírez, y a la salida de éste se convirtió en su principal figura.
Una mujer siempre congruente con sus principios e ideales para liberar a Nicaragua de toda forma de poder dictatorial e instalar la democracia, tendría que chocar con el nuevo dictador, su compañero de armas, Daniel Ortega que la mandó apresar en junio del 2021, empeñado en humillarla en las mazmorras masculinas de la cárcel de El Chipote.
Apenas liberada en Washington junto con otros 221 opositores a la execrable dictadura de Ortega, la denuncia de Dora María es un ejemplo viviente de cómo pueden corromperse las revoluciones al punto de reinstalar un régimen casi calca del que habían derribado, que luego persigue con igual vehemencia y violencia a las y los compañeros de armas con los que se luchó por la libertad, olvidando los ideales comunes que los llevaron a exponer su vida juntos por una patria mejor.
Daniel Ortega representa la expresión más contundente de la traición a la Revolución Sandinista y al FSLN. El revolucionario que en un momento fuera el héroe nacional de un movimiento libertador, se convirtió en el nuevo tirano de Nicaragua, al igual que Robespierre con el Terror en Francia y Stalin con las purgas en Rusia, gracias a una metamorfosis que sólo puede explicarse por la insaciable sed y hambre de poder.
No estaría mal, imponerle también a Daniel Ortega la condecoración del Águila Azteca, por su enorme contribución en favor de la defensa los derechos humanos de su pueblo, al igual que lo ha hecho Miguel Díaz-Canel en Cuba con el suyo.
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