En mi reciente entrega quincenal a EL UNIVERSAL (26 de mayo), bajo el título de “La desdibujada Cumbre en EU”, argumenté sobre la ineficacia de las Cumbres y sobre la decisión del presidente AMLO de no asistir a la venidera en Los Ángeles, si no se extendía la invitación a todos los Estados de este hemisferio, incluidas las dictaduras de Cuba, Nicaragua y Venezuela. Evito repeticiones, abundando en mi análisis previo.
Una Cumbre es una reunión presencial de jefes de Estado, (de ahí el término “Cumbre”, / “Summit” en inglés”) para deliberar y decidir sobre una agenda previamente acordada. La cumbre entre Churchill, Stalin y Roosevelt con motivo de la II Guerra Mundial en Yalta (1945), y la de Gorbachov y Reagan en Malta (1989) que puso fin a la Guerra Fría, son ejemplos históricos de este tipo de mecanismos eficaces en las relaciones internacionales. Estas “Cumbres” son pasajeras por su propia naturaleza. Concluidas, desaparecen, subsistiendo los acuerdos adoptados.
Con La Cumbre de las Américas (CAs) se le dio carácter permanente a un mecanismo coyuntural, de tal suerte que cada cuatro años se congreguen los líderes de los países de América del Norte, Central, del Sur y el Caribe a fin de promover la cooperación para la prosperidad de sus pueblos. El esquema de las CAs no se limita a sólo los jefes de Estado o gobierno, incluye a organismos internacionales que conforman un grupo de trabajo conjunto de cumbres (GTCC) y a la sociedad civil organizada. Para darle permanencia a las CAs se creó el Grupo de Revisión de Implementación de Cumbres (GRIC) y un secretariado ejecutivo y otro técnico de apoyo encargado a la OEA.
El tema principal de la Cumbre de Los Ángeles es: “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo” y en adición a la asamblea de líderes hemisféricos con la anfitronía del presidente Biden, se previeron foros de la sociedad civil, de jóvenes y para empresarios. Es un magno evento en la ciudad que alberga a la mayor comunidad hispana/latina en EU, donde se hablan 224 idiomas y tiene una población proveniente de 140 países.
El hecho de que el mecanismo de las CAs se haya mantenido ininterrumpidamente por más de 30 años y se haya extendido a las cuatro áreas geopolíticas del continente (norte, centro, sur y Caribe) es una demostración de su importancia política, no obstante sus limitados resultados. Sería deseable que en la Cumbre venidera se discuta un mecanismo efectivo de seguimiento de acuerdos sobre temas muy concretos; hay mucho que corregir en nuestro continente.
Por todo ello es importante la presencia de México en la Cumbre de LA a nivel del jefe de Estado, y por las siguientes razones: 1) además de las reuniones colectivas con sus pares, el presidente AMLO tendrá la oportunidad de estar en “el encierro” que congrega exclusivamente a los jefes de Estado para abordar temas más sensibles de la agenda; 2) Durante los 3 días del evento, se pactan infinidad de encuentros bilaterales para abordar temas de interés mutuo pues conviven más de 30 dignatarios durante 3 días; 3) el encuentro con la juventud, la sociedad civil y empresarios en los respectivos foros, y 4) defender in situ, cara a cara con todos los líderes reunidos, el argumento de la inclusión generalizada con una iniciativa, (seguramente aprobada), que evite la exclusión en futuras CAs y quede asentado el principio de la inclusión (a propuesta de México) cancelando el derecho exclusivo de invitación del país anfitrión, y con ello su derecho a juzgar la presencia/ausencia de regímenes políticos diferentes.
Independientemente de la innecesaria afrenta a nuestro vecino, amigo y socio, (y en particular al presidente Biden que, a diferencia de Trump, respeta a México), nuestro país gana con la presencia de AMLO en LA y pierde con su ausencia.