Mi entrega anterior versó sobre el escenario internacional; ésta sobre escenario nacional. Aquel dominado por la figura de Trump y su regreso a la Casa Blanca, éste por AMLO y su supuesto retiro a “La Chingada”, su finca en Palenque, Chiapas. El común denominador de ambos es la procuración del populismo autoritario en sus respectivos países.
En el caso de México significó el desmantelamiento de la democracia constitucional que costó más de 30 años edificar desde los 70s del siglo pasado. Destruyó el único intervalo democrático (después del parteaguas del 68) en la historia política de un país con fuerte ADN autoritario: dos extendidas dictaduras (Santa Anna y Díaz) en el siglo XIX y el sistema de partido hegemónico durante 70 años en el XX.
Con esa democracia, en la que el voto ciudadano se contó y contó, se logró la alternancia política y el pluralismo en el Legislativo que evitó mayorías calificadas en el Congreso a partir de los 80s.
Los jóvenes milenials vivieron el hábitat democrático sin haber conocido el régimen autoritario de sus padres, en el que un solo hombre decidía cada seis años quién lo sucedería en el Ejecutivo, quiénes gobernarían las 32 entidades federativas, ocuparían el total de las curules en el Senado y más del 85% de la Cámara de Diputados, además de la Suprema Corte.
Desmantelar ese presidencialismo exacerbado costó sangre sudor y lágrimas a destacados militantes de izquierda, que ahora desconoce la “izquierdista” 4T al erigir de nuevo un sistema de partido hegemónico, traicionando ese pasado de lucha democrática.
Cinco pasos le bastaron a AMLO: 1) una elección de Estado para favorecer a su selecta sucesora; 2) capturar a los órganos electorales, el INE y el Tribunal; 3) proclamar una sobrerrepresentación espuria (54% de votos=74% de curules) que sumisamente le obsequiaron el árbitro y calificador electoral; 4) encorsetar a la Dra. Sheinbaum con 18 iniciativas de reformas constitucionales, asegurando su ejecutividad con los coordinadores parlamentarios de ambas Cámaras del Congreso y la jefatura de su partido, Morena, incluyendo a su hijo; 5) reforma al poder judicial para someterlo, con lo que desarticula el mecanismo de pesos y contrapesos, y con ello el equilibrio de la división de poderes, confiriendo atribuciones metaconstitucionales a un Ejecutivo que con su partido controla a los otros dos. La aniquilación de los organismos autónomos, contrapesos al gobierno, es el complemento de esa lógica autoritaria, en la que se inserta el ominoso bloqueo jurídico a la UNAM de la ministra Yasmín Esquivel para evitar el informe sobre el plagio de su tesis de licenciatura y pueda aspirar a ¡la presidencia de la Corte!
Todo lo anterior opaca un gobierno ineficiente: 1) inseguridad extendida con casi 200 mil muertos y 50 mil desparecidos; 2) millones sin acceso al sistema de salud que en pandemia pudo evitar que perecieran 300 mil mexicanas(os), y niños con cáncer sin medicamentos; 3) 6,4 millones de menores entre 3 y 18 años (18%) sin asistencia escolar; 4) infraestructura menguada por 3 obras emblemáticas (Tren Maya, AIFA y refinería Dos Bocas) con presupuesto sobre rebasado y mínima utilización; 5) abundante militarización, 6) política exterior desprestigiada, 7) crecimiento económico inferior al 1% e inflación de casi 5%, y lo peor de todo: una sociedad profundamente polarizada. Ese es el legado populista de AMLO.
Pero no todo es desolación. A pesar de los cargados nubarrones populistas, preámbulo de tormentas en el 2025, un rayo de luz se perfila al cierre del 2024. Una estrella que ilumina al firmamento aparece precisamente en la región de oriente medio, de donde surgió el mesías bíblico cuya natividad celebra el mundo este próximo 24 de diciembre. Después de 53 años cae a pedazos la dictadura de los Al-Asad, padre e hijo en Siria, en un claro mensaje de que toda concentración del poder, principal premisa populista, está condenada a la ruina histórica. Enhorabuena por esa señal planetaria. ¡Feliz Navidad y Año Nuevo!
Docente/investigador de la UNAM