El domingo pasado millones de espectadores vimos cómo se extinguía el fuego olímpico, trasladado desde Olimpia en Grecia, en un minipebetero cargado por el atleta francés León Marchand, de las Tullerías al Stade de France, dando fin a la XXXIII Olimpiada de la era moderna.
Ese momento culminante no pudo evitar a los mexicanos recordar nuestros juegos de 1968. Primera olimpiada en Latinoamérica, en la que el COM cumplió a cabalidad con los requerimientos del COI, (agregando la olimpiada cultural), en la que una mujer, Queta Basilio, encendió el pebetero y conquistamos el mayor número de preseas: 3 oro, 3 plata y 3 bronce.
Ese recuerdo no estuvo exento del síndrome de la pobreza del resultado del deporte mexicano ahora en París. México posee el 13º sitio en superficie, el 10º en población y la 13 economía mundial, y ocupó el lugar 65 en el medallero olímpico, por debajo de países con un territorio, población y PIB muy inferior al nuestro como Kenia, Jamaica, Etiopía, Ecuador, Uganda, la pequeña isla de Santa Lucía, Botsuana, República Dominicana, Guatemala, Marruecos y Dominica, entre otros. De nuevo salen a relucir la pésima organización y coordinación de las y los directivos, esta vez de la Conade, encabezada por Ana Gabriela Guevara, y sus pleitos con la Federación Mexicana de Natación y el COM. ¿Algún día entenderemos que un(a) excelente atleta no es la o el mejor organizador del deporte, sino todo lo contrario?, ¿insistiremos en el error ahora con Rommel Pacheco? Pero AMLO nos dio la explicación del paupérrimo resultado parisino: es culpa del desastre heredado por los regímenes anteriores. ¡De modo que Peña Nieto, Calderón y Fox tienen la culpa de que no hayamos obtenido más medallas olímpicas en París!
La misma nostalgia por nuestro 68 no pudo desasociar el dramático contexto en que se dio esa Olimpiada a escasos días del 2 de octubre y la masacre en Tlatelolco.
Y este recuerdo es relevante ahora porque precisamente estamos a días de caer exactamente en el mismo modelo de régimen político que causó el 68: el sistema de partido hegemónico, (antaño con el PRI ahora con Morena) si el INE y el Tribunal Electoral confieren la sobrerrepresentación a Morena y aliados, esto es, si les conceden el 74% de curules con el 54% de votación real y con ello poder reformar la Constitución a gusto con oposición sólo testimonial. De ser así, la señora Taddei y consejeras(os) que la apoyan en este despropósito histórico, tendrán que justificar en sus conciencias y explicar al pueblo de México, porque desfiguraron la Constitución interpretando LITERALMENTE la fracción V del artículo 54 constitucional y aplicaron el 8% por partido y no a toda la coalición, pero interpretaron CONTEXTUALMENTE la fracción I del mismo precepto para conferir diputaciones plurinominales a partidos como Morena y aliados, que carecen de derecho a ellas, por no haber registrado candidatos en al menos 200 distritos uninominales. Una exégesis a modo ¡para favorecer al partido en el poder!
El 68 fue el parteaguas histórico de la democratización de México iniciada con las reformas del 77 y que nos tomó 30 años construir, precisamente para evitar la repetición de otro 68 bajo un régimen similar. El Plan C que se aprobaría con una mayoría calificada conferida por la sobrerrepresentación, es a todas luces una regresión histórica al siglo XX, que nuestro país y la Dra Sheinbaum, cuyos padres vivieron el 68, no se merecen.
Morena podrá justificar el Plan C afirmando que figuró en sus propuestas de campaña, lo que es cierto, pero no propusieron imponerlo a toda la población a rajatabla, agandallándose una mayoría calificada que no les concedieron los mismos electores en las urnas. Claro fue su mensaje: deben convencer al otro 46% que no votó por su Plan C, que el régimen de partido hegemónico, en el que las decisiones políticas fundamentales se concentran en el titular del Ejecutivo, es mucho mejor que la democracia que se reparten entre todas las y los ciudadanos.
Docente-investigador de la UNAM