Después de la elección del 2 de junio, en los próximos meses se avecina no un cambio de gobierno de AMLO por el de la Dra. Claudia Sheinbaum, sino del sistema político mexicano; de una frágil democracia que con titánico esfuerzo construimos a partir del 68, al régimen de partido hegemónico autor de la masacre de Tlaltelolco en el 68.
Para completar esa transición regresiva sólo faltan dos cosas: que se haga prevalecer la artificiosa sobrerrepresentación en las Cámaras del Congreso para que el Ejecutivo tengo el control total del Legislativo, con una oposición testimonial, y con esa mayoría calificada apruebe, sin quitarle una coma, una reforma judicial que entregará los juzgadores al partido dominante, (o peor aún, al crimen organizado) y así tenga también el control total del Judicial. El fin de la división de poderes, pieza clave de una democracia moderna.
Al menos tengamos muy claro que lo que nos espera para septiembre como herencia principal de AMLO es el retorno al sistema de partido hegemónico, que ya conocemos y padecimos la generación que nació a mitad del siglo pasado, esto es, “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias, es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y ese lenguaje prestado representar la nueva escena de la historia universal”. (Marx, El 18 Brumario de Luis Bonaparte).
La Dra. Sheinbaum tiene la oportunidad histórica de impulsar la construcción no de un segundo piso de ese siniestro pasado, sino incluso de todo un nuevo edificio con varios pisos de un fulgurante presente y futuro democrático para México.
Baste para ello como punto de partida leer bien lo que mandató el pueblo de México el 2 de junio en las urnas: quiso a ella de Presidenta con una arrolladora votación del 59.75%. Esto es 6 de cada 10 mexicanas y mexicanos votaron por ella, pero también 4 en contra y a favor de las otras dos opciones (Xóchitl 27.45% y García Maynez 10.32%). No fue un mandato soviético o chino, sino mexicano que claramente indica diálogo, entendimiento, compromiso de la mayoría con las minorías y viceversa.
Por ello tampoco se pueden leer mal los resultados para el Congreso. El pueblo claramente votó para llevar a los candidatos de la coalición Sigamos Haciendo Historia, a la Cámara de Diputados con un 54.7%, equivalente a 295 escaños (ya con el 8% constitucional); al Frente de Fuerza y Corazón por México, con un 30.45% = 152 asientos y a MC con 10.92% = 55. Pero se pretende darle el 72.8%, 18 puntos más equivalentes a 63 curules adicionales a la coalición oficialista y así llegar a la tramposa mayoría calificada con 364 curules.
Y en el Senado se repitió el esquema. Con un 59.3% para Morena y aliados tienen derecho a 76 curules con su 8% de legítima sobrerrepresentación, frente al 29.97% = 38 asientos del PAN-PRI-PRD y 10.87% de MC = 14. Pero se pretende darles 83 asientos, tan sólo a 2 de la mayoría calificada (85).
Con los cómputos distritales en las 3 elecciones (presidencial, diputados y senadores) se repite el esquema de 6-3-1. Una mayoría absoluta indiscutible que debe convivir con dos minorías también indiscutibles.
El punto de partida de la Dra. Sheinbaum debe ser respetar la voluntad del pueblo en las urnas como acertadamente les indicó en la reunión de antier a sus correligionarios, a fin de que las Cámaras sean su espejo.
La disyuntiva es clara: regresar a un pasado oscuro ya conocido de un régimen de partido hegemónico, o construir un presente y futuro sólidamente democrático y promisorio para México a partir del 1º de octubre. Si opta por lo primero: “Todo un pueblo que creía haberse dado un impulso acelerado por medio de una revolución, se encuentra de pronto retrotraído a una época fenecida” (Marx ibidem).