Caminamos algunas cuadras por las calles de Isabel la Católica y Regina en el centro de la ciudad de México, y entramos a una sencilla fonda en una vecindad donde subimos a un primer piso en el que había una mesa rectangular esperándolo. “Bienvenido Don Carlos es un placer tenerlo de nuevo a comer con nosotros”, le dijeron en un tono familiar que denotaba una añeja amistad. Degustamos varios platillos de una comida con un sabor exquisito y único.

Acaso sería durante el año de 1999 cuando el país vivía con gran intensidad el conflicto con el EZLN en Chiapas, lo que quiere decir que tendría 70 años de edad. Era senador de la República por el PRD y miembro de la COCOPA, órgano legislativo bicameral de integración multipartidista creado por ley para coadyuvar a encontrar una solución pacífica al conflicto que sangraba al país. Don Carlos fue el miembro más activo de este organismo camaral.

Lo conocí unos años antes cuando él participaba como consejero de la CNDH que entonces presidía el gran constitucionalista, ex-rector de la UNAM (cuando el Presidente no insultaba a la máxima casa de estudios) y ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (cuando el Ejecutivo respetaba a la Corte, y no como ahora atacando a su presidenta y al ministro Laynez), el Dr. Jorge Carpizo gran amigo de Don Carlos.

Negocié en el Congreso la aprobación de la Ley de la CNDH (cuando era un verdadero Ombudsman) y luego acudí a Don Carlos, director general de La Jornada solicitándole espacio para publicar un trabajo explicativo de esa legislación. Con esa incomparable generosidad que lo caracterizaba, me brindó hospitalidad en su diario para una serie de siete artículos que aparecieron del 30 de julio al 5 de agosto de 1992. Posteriormente la CNDH publicó ese material en un texto titulado “Vigencia y Efectividad de los Derechos Humanos en México – análisis jurídico de la Ley de la CNDH” (1992).

Ese antecedente facilitó mi interlocución con Don Carlos cuando ambos en trincheras diferentes, estuvimos involucrados en el grave problema del conflicto en Chiapas. Su clarividencia y activa participación en su solución contribuyó a evitar mayores derramamientos de sangre después de Acteal. Cuando fue indispensable, habló claro y fuerte a los representantes zapatistas.

Hombre de diálogo, suya era una infinita capacidad para escuchar y atender todo tipo de ideas. Nunca contestaba para avasallar o insultar (como ahora en las mañaneras). Profundamente respetuoso del otro(a) su objetivo no era vencer sino convencer de su verdad.

Hombre con profundas convicciones sociales, era de una integridad y congruencia absolutas. Un día me invitó a almorzar a un sitio que tenía en las afueras de la capital. La propiedad del fundador de dos destacados diarios del país y senador se componía únicamente de dos cuartos pequeños: recámara y estudio uno y cocina con pequeña mesa para los alimentos el otro. Era su refugio para leer y escribir poesía. Un hombre auténticamente de izquierda.

Pocas veces fue tan merecida la medalla Belisario Domínguez conferida a Don Carlos. Pronunció un discurso memorable sobre los caballos de fuego del apocalipsis: la destrucción de la naturaleza, la agresión a los despojados, perseguidos y abandonados, y el fascismo que “se vale de procesos electorales y manipulación de la justicia” singularmente de Trump a quien certeramente calificó de “prepotente, impositivo, cavernario, xenófobo y machista”.

En el Senado, con precisión y claridad apercibió al presidente AMLO: “Más de medio país le dio su sufragio, pero el país somos todos. Todos es una multitud variopinta y cada uno de sus integrantes medirá la palabra a voz en cuello, cada cual reclamando sus asuntos tenga derecho o no, tenga razón o no”.

Es lamentable que no se gobierne para el país entero como lo señaló la sabiduría política de ese periodista sin par, de ese gran mexicano ejemplar: Don Carlos Payán Velver. Descanse en paz.

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