Tenosique es el último resquicio de Tabasco antes de que aquello se vuelva Guatemala. Un último momento de México y su depredación natural antes de que comience la selva. Quizás esa sea su más grande aportación al futuro, contrastar la selva de un lado y la degradación del otro y entender qué se ha hecho mal. De ahí es mi familia, de un lugar que fue intrascendente para el acontecer nacional hasta que llegó la migración; de un lugar que fue hermoso hasta que llegó lo que algunos llaman “la civilización”.

Tenosique es la típica historia de la falta de visión en México. En teoría es un paraíso natural; la selva densa y espesa, el río Usumacinta curva sobre Tenosique y pasando por el emblemático puente de Boca del Cerro, serpentea entre el Cañón del Usumacinta. El Cañón es el último eslabón de belleza natural; maleza y tucanes llenan este paraje y la ausencia de turistas lo vuelve aún más especial. En Tenosique también sobrevive una de las últimas danzas mayas vivas; la danza del Pochó. Cada febrero los tenosiquenses recuerdan la naturaleza que dejaron atrás y usan los árboles locales para disfrazarse de cojó, pochoveras y jaguares. Es uno de los secretos mejor guardados del país.

Si Tenosique estuviera en Costa Rica sería el epicentro del turismo sostenible, pero como está en México es un pueblo que hace esmeros por destruir la poca belleza que le queda. Es irónico que las grandes ciudades busquen desesperadamente espacios verdes, y aquí, donde la naturaleza abunda, se ensañen en no dejar una sola planta. Es como si la presencia de los árboles nos humillara, nos recordara de un pasado que nos han dicho es demeritorio. En las calles de Tenosique el sol tabasqueño cae de forma inmunda, no hay un solo árbol que proteja, no hay un solo arbusto que embellezca. En Tenosique se habla de tirar árboles como si estos fueran un estorbo para el progreso.

El pueblo ha estado a la merced de políticos sin visión. Se celebra con enjundia la llegada del segundo Aurrerá que ha destruido decenas de árboles, pero se contamina el río sin reparo. Alguna vez aquí la selva fue tan abundante que Tenosique exportaba maderas preciosas y chicle del chicozapote a todo el mundo. Por el mismo río que la selva fue saliendo, llegaban las tejas de Marsella. En un principio Tenosique era un pueblo pintoresco a la orilla del imponente Usumacinta, lleno de árboles frutales, pájaros y casas con techos de cuatro aguas cubiertos de tejado francés. Un paraíso con potencial de atraer turismo de todo el mundo. Hoy los árboles han sido exterminados, las frutas locales reemplazadas por fruta más “sexy” de otras latitudes y las pocas casas tradicionales que permanecen, están en venta para ser demolidas y construir adefesios de cemento. Para los gobernantes de Tenosique, eso es el progreso, destruir el legado arquitectónico y natural y construir sobre él una plancha uniforme y espantosa que atrae el calor, y aleja al turismo.

Este es el patrón que se repite en todos lados. El río ha sido abandonado y los mercados están llenos de manzanas y peras, pero es imposible encontrar fruta local. Una de las maravillas de Tabasco es que tiene productos naturales que el resto del país no conoce. Hoy su cultivo es inexistente y han sido reemplazados por productos foráneos. Su consumo está en desuso porque nadie ha buscado valorar lo propio. El programa Sembrando Vida cometió un error al enfocarse en las frutas comerciales convencionales y en los árboles maderables, en lugar de buscar fomentar la riqueza de lo local.

El lector urbano no entenderá la delicia de comer un caimito frío, una fruta morada, parecida en consistencia al lichi pero con sabor a higo. Muchos no creerían la existencia del cuinicuil, una vaina que llega a medir un metro y que adentro, tiene un algodón suave con sabor a vainilla. Si no fuera por Elena Reygadas nadie conocería el pixtle que aquí se usaba para mezclarse con cacao. Hoy, en Tenosique hay más manzana que chicozapote, más peras que pomarosa, más lechuga que yuca. El río es víctima de lo mismo; los pescadores prefieren fomentar las especies invasivas, el langostino está casi extinto, y el shote, un caracol de río, ha sido olvidado.

Como si fuera una obra de otro planeta, el Tren Maya y su impresionante infraestructura cortan por en medio de este pueblo. La obra desentona pero trae una nueva esperanza de futuro. La llegada del tren permitirá a Tenosique conectarse con el mundo y eso puede ser positivo o negativo para este endeble ecosistema. El problema es que mientras impere la filosofía actual, la llegada del tren solo exacerbará la destrucción. Tenosique tiene que entender que puede ser uno de los espacios más bellos del país, pero que su belleza está en su cultura, en su naturaleza, en su diversidad de frutas y verduras y en su arquitectura tradicional. Si Tenosique va a atraer turismo es por el río y la ceiba, por el caimito y el cuinicuil, por las casas tejadas y no por el chapopote.

Antes de que llegue el Tren Maya se tiene que hacer un proyecto profundo de valoración y conservación de la riqueza natural y arquitectónica local. Costa Rica lo hizo, no hay ninguna razón por la que México no pueda hacer lo mismo. El problema es la voluntad. Si el tren llega a Tenosique sin un proyecto de recuperación natural y cultural, esas vías solo traerán destrucción. Si Tenosique aprovecha su potencial para convertirse en un polo de turismo verdaderamente sustentable, entonces el Tren Maya habrá recuperado uno de los resquicios más bellos del país. Tenosique podría ser uno de los símbolos de este país, pero ha sufrido de autoridades con un techo muy bajo, y casas con techos muy altos. Ojalá esto cambie a tiempo.

Analista político

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