Natalia Badan es como un árbol que ha cobrado vida. Su voz es la de la tierra, sus gestos son articulados y pacientes, como si emanaran de una sabiduría ancestral. Estamos en el Rancho del Mogor, en el corazón del Valle de Guadalupe, aquí nació y desde aquí ha dedicado su vida a cultivar la vid. “Llevo 69 años viviendo en el Valle de Guadalupe. Lo conozco como a mi piel: Hoy, ese sueño se rompe como un espejo. Estamos asesinando la oportunidad histórica que tuvimos de ser un valle netamente agrícola, rural, con arraigo profundo a nuestro suelo y al milagro de lo que el suelo puede darnos cuando lo tratamos bien, orgullo de todos los mexicanos”.

Aquí mismo en “El mogor,” hace varias décadas, ocurrió un encuentro emblemático entre Antonio Badan y Hugo D’acosta. “Vamos a darle un gran vino a México” dijo alguno de los dos. Lo hicieron, pero hicieron algo más, construyeron una comunidad. No fueron los únicos, las grandes casas vitivinícolas, Monte Xanic, Santo Tomás y Cetto, y decenas de pequeños productores e incluso ejidatarios como JC Bravo crearon algo único en México: una comunidad agrícola en torno a la vid y el olivo.

Las condiciones del Valle de Guadalupe son únicas en el país. Es uno de los pocos lugares fuera del Mediterráneo que comparten su clima: inviernos con lluvia y veranos muy secos. Su cercanía con el Pacífico y los abruptos cambios de temperatura entre el día y la noche hacen que esta región sea perfecta para cultivar la vid y el olivo.

A los políticos eso no les importa. La comunidad vitivinícola les interesó solo en la medida en la que trajo turismo y su derrama económica. A diferencia del campo, el turismo y los eventos traen dividendos inmediatos. El turismo llegó al Valle por el vino, pero los oportunistas y las autoridades locales vieron muy pronto una posibilidad de explotar el Valle con otros fines.

Hoy, en el Valle de Guadalupe se permite lo que en ninguna zona vinícola en el mundo se podría hacer: conciertos masivos y antros. Hoy, se construye impunemente la “Arena Valle de Guadalupe”, de BandaMX para 9 mil personas, con lo que supera a la población entera del Valle. Muy cerca, el Anfiteatro del Valle sigue operando con capacidad para 7 mil personas y Emmanuel y Mijares se presentan el 22 de septiembre en Barón Balché.

Los antros y los conciertos son el problema más visible, pero no el único. Muchos enamorados del Valle deciden hacer sus bodas o buscar “un terrenito” en este lugar, sin saber que al hacerlo lo están destruyendo auspiciados por un grupo local de autodenominados “emprendedores” que, con conocimiento de causa o simplemente por falta de información, han participado en el deterioro del entorno.

La mayoría de estas bodas y eventos no respetan la vocación del Valle, ni sus productos. La tierra agrícola se pierde y el Valle se está convirtiendo en una ciudad más. Ese es el epicentro del problema, muy cerca del Valle de Guadalupe están las ciudades de Ensenada, Rosarito y Tijuana, donde todas estas actividades tendrían cabida. ¿Por qué entonces destruir ese pequeño esbozo natural? ¿Por qué repetir la historia que destruyó a Tulum y a tantos otros lugares?

Por eso, el lunes pasado vitivinicultores y miembros de la comunidad del Valle de Guadalupe lanzaron la campaña “Rescatemos el Valle”, en la que hicieron un llamado a las autoridades a proteger este patrimonio agrícola. Sus propuestas son interesantes. La primera es que se cumplan los reglamentos existentes. La segunda es que el gobierno estatal nombre al Valle, “Zona de belleza natural y cultural” con el fin de protegerla. Y por último que se genere nueva legislación federal para proteger el Valle.

“Suscribimos lo que ha dicho el presidente López Obrador sobre la importancia de rescatar el campo y la relevancia que le ha dado su administración. Como él mismo lo dijo ‘el campo es extraordinario’.” dice uno de los documentos publicados, en el que se pide “Generar una denominación biocultural federal para proteger el patrimonio agrícola del país. A través de esta figura se protegiera a comunidades rurales y productos agrícolas tal como son, además de la vid, el café, el chocolate, la vainilla, los árboles frutales de fruta endémica, el agave y otros muchos productos y regiones”.

Hoy, los tres niveles de gobierno tienen una oportunidad histórica de evitar otro Tulum y salvar la vocación agrícola del Valle. La situación es alarmante, pero hay un dejo de esperanza. A nivel federal hay acercamientos positivos de la Semarnat. A nivel estatal, la gobernadora Marina del Pilar Ávila extrañamente aún no se pronuncia sobre la campaña, pero la expectativa es positiva después de que ella misma declaró que “no permitirá que el Valle de Guadalupe se convierta en el antro más grande de México”. Por su parte, el alcalde Armando Ayala Robles tiene una oportunidad histórica para dar vuelta a la situación, aunque tan solo ayer declaraba que: “Nuestra intención no es cancelar conciertos ni eventos, al contrario, sabemos la importancia económica que representan para la región, pero no es justo que se nieguen a pagar los permisos correspondientes”.

Aun así, hay una oportunidad histórica de salvar este patrimonio, y contra toda probabilidad estos funcionarios podrían ser los grandes héroes de esta historia.

Desde el Mogor se ven los cerros que delimitan este Valle único. El ruido de los pájaros y los coyotes es solo interrumpido por la voz de Natalia que me va guiando por sus hortalizas y sus viñedos. Va atardeciendo y la noche revela uno más de los secretos de este Valle: este es uno de los pocos lugares donde aún se pueden ver las estrellas en todo su esplendor. “El valor del Valle está en su agricultura, salvar el Valle sería un símbolo muy potente para salvar el campo mexicano” me dice Natalia Badan. De pronto, sus palabras se pierden entre un estruendo y las estrellas desaparecen ante los reflectores que provienen de algún concierto. Muy cerca se empieza a escuchar reggaeton a todo volumen, el piso retumba, los pájaros vuelan, los coyotes huyen. “Acaban de abrir un antro aquí al lado” me dice Natalia con evidente tristeza.

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Analista político
 

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