A dos años de las elecciones , la carrera por la sucesión presidencial ha comenzado. A diferencia de otros procesos recientes, la elección de 2024 se jugará más dentro de la estructura del poder que en el espacio entre los partidos políticos. Es probable que el próximo presidente o presidenta de México salga del gobierno actual.En ese sentido el rol del actual presidente se asemeja al del jefe máximo en la estructura priista del dedazo. En esta ocasión el dedazo irá escondido en algún ejercicio legitimador, pero en el fondo es evidente que el candidato a la presidencia de Morena será elegido por AMLO. Esto ha generado una perversión lamentable en el ejercicio democrático pre-electoral; en lugar de buscar convencer al electorado, los precandidatos se desviven por convencer al Presidente.

El caso más claro es el de Claudia Sheinbaum. La jefa de gobierno había logrado generar una imagen pública positiva a partir de su separación de las políticas de Obrador durante la pandemia. La distancia entre sus decisiones y las de la administración federal habían demostrado que entendía el pulso político de la ciudad. La gran derrota electoral durante las elecciones intermedias fue producto de su incapacidad para operar, no para gobernar. La CDMX la perdió AMLO; el voto de castigo de los capitalinos no fue contra la jefa de gobierno, fue contra el presidente.

Sin embargo, esta “sana distancia” duró poco. Bajo la lógica de que al único votante que hay que convencer es al presidente, Sheinbaum le apostó a ser la candidata de la lealtad. Una estrategia arriesgada considerando el ascenso del Adán Augusto, un incondicional al que difícilmente se le podrá competir en el campo de la lealtad. A partir de ello, Sheinbaum ha gobernado para el presidente no para los capitalinos y eso la ha debilitado.

Aunque es difícil creer que AMLO mida la lealtad a partir de las acciones ejecutadas durante unos pocos meses, Sheinbaum prefirió seguir al presidente en temas críticos como las demandas feministas y los ataques a periodistas. Más allá de eso, se expuso innecesariamente al ridículo de recolectar firmas y redactar twits en apoyo al presidente. Dentro de las fortalezas que su candidatura podía tener, le apostó a la más débil, si la lealtad es el único atributo a considerar, Adán Augusto será siempre el candidato.

A estas alturas, lo más probable es que el candidato preferido de AMLO sea el secretario de Gobernación. Para AMLO la continuación es la prioridad. El presidente busca lealtad, no capacidad, pero también busca asegurar el triunfo. Adán Augusto y AMLO hablan el mismo lenguaje político, cohabitan un universo narrativo donde religión y política; predicar y narrar se confunden. Sin embargo, Adán Augusto es aún una apuesta muy abstracta. Es difícil saber cómo acabará el sexenio y cómo reaccionará el electorado a su candidatura. El desconocimiento público puede ser el talón de Aquiles del secretario, y al mismo tiempo, pudo haber sido la fortaleza de Sheinbaum.

El caso de Marcelo Ebrard es más complejo. Es el único de los tres precandidatos que tiene la posibilidad de ser presidente independientemente de la simpatía del presidente. Ebrard tiene una carrera política propia y eso no le gusta a AMLO. Sin embargo, aunque Ebrard parece ser el menos probable de ser elegido por el presidente, hay factores que pueden jugar a su favor.

El canciller ha sido fiel al presidente incluso en momentos en los que pudo haber privilegiado su propia carrera política. Además, Ebrard es el único de los tres que aseguraría una victoria, logrando sumar un electorado que no votaría por ninguno de los otros dos, al voto duro de AMLO. Por otra parte, está la posibilidad de que Ebrard pudiera competir desde fuera de Morena, una cuestión que complicaría el triunfo. Por último, hay una consideración histórica. Al presidente le gusta pensar en términos de su entendimiento de la historia: enfrentado a una decisión similar, entre Mújica y Ávila Camacho, el general Cárdenas optó, sorpresivamente, por la opción más conciliadora.

En los próximos meses las piezas se estarán moviendo. No hay nada definido, pero se sabe que AMLO suele ser más obstinado que estratégico en sus decisiones. Hasta el momento la oposición no tiene ningún candidato competitivo, y mientras ese sea el caso, la decisión de quién será el próximo presidente puede quedarse en Palacio Nacional. Adán Augusto, Sheinbaum y Ebrard, tienen posibilidades de ser elegidos, pero para ello tienen que entender cuáles son sus fortalezas y cuáles son sus debilidades.


Analista político

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