Hace unas semanas, en una conferencia de prensa, los dirigentes del PRI, el PAN y el PRD, enarbolados por su alianza “Va por México”, denunciaron los ataques del Presidente contra políticos, líderes de opinión y figuras públicas. Para “apuntalar” su objetivo mediático colocaron una imagen que recopilaba la foto de más de 400 personas supuestamente agredidas por el Presidente. Estéticamente, parecía más un cartel de los “más buscados” que un collage de “víctimas”. Cuando la conferencia de prensa acabó, muchos de los retratados se subieron a sus camionetas y se dirigieron a su casa muy orgullosos de su ocurrencia.

En 2018 Andrés Manuel López Obrador arrasó en la elección presidencial porque una importante mayoría de los mexicanos estaban hartos de este tipo de políticos y este tipo de sociedad. Durante años, la gran mayoría de los mexicanos han sido víctimas del clasismo, racismo y misoginia de un sistema construido para desplazarlos con violencia. El sistema fue concebido para que los que ganaban siempre ganaran, y los que perdían siempre perdieran.

Si a nivel político esta violencia estaba instituida a través de la corrupción, el abuso de poder y la prepotencia, en la vida diaria estaba instaurada por códigos sociales sumamente agresivos. Ejemplos hay muchos: los empleadores que insisten que las trabajadoras del hogar “son como de la familia”, aunque no tengan prestaciones sociales, vacaciones, y sus hijos no vayan a las mismas escuelas que los suyos; la ausencia de los pueblos indígenas en la vida pública nacional, las camionetas de Polanco invadiendo la ciudad con violencia o el lenguaje racista construido para proteger a los de siempre de los pocos que han logrado romper el status quo económico: “naco”, “indio”, “nuevo rico” etc…

López Obrador no ha solucionado de fondo ninguno de estos problemas, pero ha dado a millones de mexicanos por primera vez una narrativa en la que no siempre pierden. El asunto no es menor. La polarización no la creó AMLO, la crearon la desigualdad y un sistema social racista, clasista y misógino. Un sistema social que apuntalaron los gobiernos de Calderón y Peña, y un sector de las clases acomodadas con su prepotencia y corrupción. Un sistema que esparcen las televisoras y los anuncios publicitarios que blanquean y estereotipan a la sociedad mexicana. La polarización ya existía, lo que ha cambiado es que ahora de vez en cuando ganan los que siempre perdían, y eso molesta a los que antes controlaban todo.

Para los políticos de oposición y una parte de las clases acomodadas esto es una afrenta. Creen ver en ese discurso y sus derivaciones políticas la degradación absoluta del país. Lo que no han visto es que este presente no se entiende sin el pasado del que ellos fueron artífices. La corrupción del gobierno de Calderón destruyó el tejido social, promovió la militarización y generó una violencia inusitada en el país. Enrique Peña Nieto y su gabinete se burlaron abiertamente de los mexicanos en un frenesí de abuso, prepotencia y corrupción que no solo fue impune sino descarado.

En ese sentido, para millones de mexicanos la reforma eléctrica de AMLO no es más perversa que la de Peña Nieto; la política de los abrazos, no es más ingenua que la militarización de Calderón; las refinerías no son símbolos más retrógrados que las estelas de luz, los programas para el bienestar no son muy distintos que el Ingreso Básico Universal de Anaya y el Tren Maya no es más corrupto que el tren a Querétaro. El México de Obrador no es el peor de los últimos años, es simplemente una continuación de la inercia política y económica del país con un elemento de narrativa social que no debe ser menospreciado.

La realidad está constituida de muchos elementos psicológicos y emocionales que trascienden lo material. La política tecnócrata quería medir el bienestar a través de lo cuantificable, pero los seres humanos somos mucho más complejos que una serie de datos. La realidad socio-económica del país y con ella la de los grupos más vulnerables no ha cambiado mucho, incluso se ha deteriorado, pero en el discurso AMLO les permite ganar y eso nunca lo habían tenido. Minimizar esto es un error muy grave que cometen políticos y analistas. El bienestar no solo pasa por los tangibles.

El gobierno de Obrador ha cometido errores graves, pero la crítica debe entender la razón de su popularidad para poder establecer una contrapropuesta legítima y genuina. Para ello, el primer paso es una autocrítica y una reconstrucción de los grupos opositores. Ninguna de las dos ha sucedido.

El triunfo electoral de AMLO fue fruto de los abusos del pasado. Ante ello, la oposición no ha sabido reconfigurarse porque no ha hecho un ejercicio genuino que le permita entender las razones de su disociación con la mayoría de la sociedad mexicana. El evento de la semana pasada es muy indicativo de esto. ¿Qué mexicano se siente representado en una foto de 400 legisladores? ¿Qué mexicano puede tener empatía por tres hombres de la vieja política que pactan alianzas y acuerdos entre ellos? Los símbolos tienen su importancia y AMLO lo ha entendido. Ante el México de las camionetas, los choferes y los guardaespaldas, AMLO conduce un Tsuru. Mientras tanto, la oposición sigue en el asiento de atrás, estacionado en doble fila y blindado de la realidad. Mientras que la masa crítica esté ahí, López Obrador seguirá ganando.  

Analista político