La constatación más sorprendente al llegar a Caracas es que la vida sigue. No sé bien qué esperaba, pero alguna forma de la ruina. Ésta existe sin lugar a dudas, en la pobreza y en cada hogar que ha tenido que irse vaciando por un éxodo generado por la incompetencia más absoluta del gobierno. Pero la vida sigue y eso no deja de sorprender; parece obvio, pero en circunstancias así, no lo es. Afuera del aeropuerto un grupo considerable de jóvenes se mueve entre los carros pidiendo dinero, pero al llegar a Caracas los carros andan, la gente camina, la ciudad existe.

Del aeropuerto a la ciudad el carro demora 40 minutos, las playas quedan atrás y el paisaje se vuelve urbano. Hay retenes, la policía y el ejército observan sospechosamente a los automovilistas. Algunos son detenidos y en algunos casos extorsionados, la mayoría fluye. Cubierta por la cobija de la oscuridad esta ciudad parece como cualquier otra: edificios, carros, avenidas. Me han hablado mucho de la inseguridad, pero en una de las zonas residenciales veo a mujeres y hombres haciendo ejercicio en la calle a altas horas de la noche. Esto no desestima la violencia, solo demuestra la voluntad del ser humano de seguir adelante.

La ciudad tiene contrastes que se agrandan por la situación. Entrar a Petare, el barrio bravo de Caracas, no es muy diferente a hacer lo mismo en Ciudad de México, Bogotá o Río de Janeiro. La gente va y viene entre un caos típico de Latinoamérica: camiones viejos y desbordados de gente, comercio informal que inunda las calles, puestos de comida y tumultos de personas. En el tiempo que estoy ahí observo una redada policial, las motos de los policías pasan a mi lado, pero se detienen un poco más arriba y dan la vuelta. Mi conductor se detiene y hace lo mismo al llegar ahí, “ya más adentro no es seguro”.

En el “Country Club” la vida sigue sin cambios. Las élites venezolanas que se juntan ahí son menos en número pero igual en forma. El Country Club les permite un resquicio de ilusión a los que han decidido quedarse. Los jardines son inmaculados y el servicio aristócrata, desde este sitio es imposible adivinar la otra Caracas, aquí la escasez y el oprobio no han llegado. El menú ofrece los platillos típicos de la gastronomía aspiracionalmente europea y algunas formas estilizadas de platos locales. Hombres y mujeres llegan a jugar golf o a platicar de negocios, criticar el estado de las cosas y hablar sobre los que se han ido a otro lado.

En los dos lados de Caracas la gente es afable, los interlocutores que me encuentro expresan su opinión política, polarizada y dividida pero con la certeza absoluta de que están en lo correcto, de una extraña manera ambos lados se sienten patriotas y dicen que su versión de la realidad es la que le conviene a Venezuela. Como toda polarización, la de Venezuela se caracteriza por la falta de empatía con el otro; existen solo dos visiones del mundo, buenos y malos, el estatus moral depende de qué lado estás de la moneda.

Es difícil formar una opinión en los términos narrativos que la sociedad venezolana ha construido. La administración de Maduro es incompetente, ha llevado al país a una de las crisis humanitarias más grandes en la historia latinoamericana. Maduro no es un hombre de izquierda, ni un hombre de estado, su administración solo obedece al campo de incompetencia, la frivolidad y el descaro. Venezuela está en crisis y Maduro y su gobierno son altamente responsables.

Sin embargo, también es necesario revisar el papel de la irresponsabilidad de las élites y de la nueva oposición en la situación venezolana. Durante décadas una parte pequeña pero poderosa de la sociedad venezolana gobernó el país como si nadie más existiera. Una parte de la oposición a Maduro solo parece buscar reestablecer esa realidad. Una Venezuela que busca recuperar privilegios más que gobernabilidad, una Venezuela más preocupada por Miami que por Petare.

La administración de Maduro es infame, y el restablecimiento de procesos institucionales y democráticos exentos de él debe ser una prioridad latinoamericana. Pero aquellos que anhelan una Venezuela pos-Maduro tienen que también pensar en una Venezuela que incluya a todos aquellos que habían sido excluidos por décadas antes del chavismo. La Venezuela pos-Maduro debe excluir al actual gobernante, pero debe incluir al chavismo. Para salir de la crisis, las dos Venezuelas deben ceder y encontrar puntos en común.

Mientras tanto, en Caracas con su crisis, al igual que en México con la violencia, la vida cotidiana sigue. Ya no hay desabasto pero ahora es imposible pagar las cosas más básicas. El dinero ya no vale, los venezolanos usan sus tarjetas para pagar hasta en el mercado. Al decir la vida sigue, soy un poco injusto, millones de hogares coartados, falta de medicinas, y poca esperanza. Pero la gente que queda hace su vida como puede. Una constancia de la fortaleza de los individuos y las sociedades ante realidades adversas.

Analista político

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