El problema de querer analizar la realidad como si se tratara de una dicotomía es que el mundo no es maniqueo, y la realidad siempre es mucho más compleja de lo que aparenta. Ciertamente es más fácil reducir la complejidad a términos tan sencillos como bien y mal; pero hoy en día pensar que un político o un gobierno hace “todo bien” o “todo mal” es falso, incluso desde la subjetividad más pura del individuo y sus intereses personales. Justamente, la dificultad del análisis serio yace en no caer en esas reducciones y entender el aparato del poder desde su caos y su constante incongruencia.

El gobierno de México no es la excepción, y es por eso que ni sus aplaudidores, ni sus críticos le hacen justicia; no todo lo que se hace es la mejor decisión (incluso para los objetivos de su propia retórica), y no todo lo que hace es la peor decisión (incluso para la retórica de sus adversarios). Justamente una de las características de este gobierno es que sus aciertos narrativos o políticos vienen acompañados de desaciertos (y sus acciones congruentes de importantes incongruencias). Justamente el problema para la oposición es que los desaciertos del gobierno suelen estar envueltos en algún acierto anterior.

En el caso de la vacuna este patrón se repite. La oposición partidista y sus grupos de WhatsApp nos querrían hacer pensar que la política del gobierno hacia la vacuna ha sido una afrenta contra los mexicanos. Sus críticas se basan en una visión poco realista sobre el número de vacunas que han llegado, el número de contratos que se han firmado y el número de vacunados. La crítica parte más de la desorientación identitaria que sufre la oposición que de una realidad verificable. No faltará nunca el que (fuera de la administración y muchas veces habiendo fracasado en el ejercicio de ella) clama poder hacerlo mejor, pero en el contexto del mundo actual, es difícil argumentar que México ha hecho un mal trabajo en esos sentidos.

El gobierno ha actuado con una desconcertante responsabilidad para asegurarse que los mexicanos tengan acceso a las vacunas en un entorno complicado para lograrlo. La obtención de vacunas es primordial desde un punto de vista geopolítico, económico y social. Sin embargo, la producción aún es escasa y existen 193 países que lo consideran igual de prioritario que México. En ese sentido, las negociaciones encabezadas por la SRE, fueron sumamente efectivas para asegurar estar entre los primeros países en recibir dosis, y además lograr contratos con varias farmacéuticas para garantizar un número importante de ellas.

Hasta el momento, México ha asegurado el 2% de la producción mundial de vacunas, lo cual, según el New York Times garantiza dosis de vacunas ya aprobadas para más del 80% de la población mexicana. En contexto, estos números son considerablemente más altos que los de Turquía y Brasil, dos países con los que tiene cierto sentido compararnos. Aunado a ello, México ha ido más allá y ha asumido el liderazgo regional, garantizando dosis para toda la región latinoamericana.

El problema de la vacuna en México no ha sido ni su obtención ni su aprobación, sino las decisiones que se han tomado para su distribución, y como siempre, la organización y administración de estos procesos. El pasado 5 de enero López-Gatell afirmó que una vez que el personal médico esté vacunado, comenzará la vacunación de adultos mayores de 60 años, “priorizando las zonas más remotas.” La lógica detrás de esta decisión no es ni científica, ni económica, ni social; es simbólica.

En la decisión de AMLO impera una obsesión poco práctica con el simbolismo. López-Gatell afirmó la lógica simbólica de la decisión al remarcar que “generalmente los recursos de salud, históricamente llegan al final a las zonas más vulnerables. (Con la vacuna) no va a ser así”. No hay duda de que México tiene una deuda histórica con sus zonas rurales, pero ésta no es la mejor manera de remediar eso. Las vacunas no deben convertirse en un juego político teatral; si a AMLO le preocupan las zonas más remotas, debe ocuparse de construir un verdadero sistema de salud y de educación incluyente que transforme su realidad, no un artificio comunicacional.

La necesidad imperante de vacunas contra la Covid-19 yace en los grandes centros urbanos, donde los hospitales están saturados y miles de personas (vulnerables, pobres, de bajos recursos) están muriendo por ello. Hay, por supuesto, un elemento moral casi imposible en una decisión que implica salvar ciertas vidas, pero por eso es tan importante darle seriedad a una política de esta naturaleza. Dentro de todo lo terrible que ha sido el año, es el personal médico urbano el que más agotado está, y una decisión de esta naturaleza es un agravio contra su esfuerzo monumental. Si AMLO gobernara de forma más pragmática y menos simbólica, la transformación que dice estar realizando sería mucho más real. Ojalá que la sensatez que ha imperado en la obtención de vacunas, se traslade también a la organización de su aplicación.

Analista político