La película “La Cocina”, dirigida por Alonso Ruizpalacios y protagonizada por Rooney Mara, es mucho más que una mirada ingeniosa y crítica a la vida detrás de los fogones. Es un espejo brutal y poético de las tensiones y fracturas que definen la América de Donald Trump, esa versión desgarrada del “sueño americano” que, para muchos, se ha vuelto la “pesadilla americana”. En este microcosmos, donde los empleados del restaurante son los actores invisibles que sostienen el sistema desde el anonimato, Ruizpalacios explora las complejidades del poder, la desigualdad y las luchas diarias de aquellos que siempre están en las sombras.

“La  Cocina”, que se estrenó ayer en cines, se convierte en una metáfora de un Estados Unidos en el que los “comensales” –esos que se sientan cómodamente a disfrutar de sus privilegios en una mesa exclusiva– conviven sin saber, o sin querer ver, la realidad que sostiene su comodidad. En este retrato del restaurante, un espacio donde se cuecen tensiones de clase, raza y género, emerge la imagen de una nación dividida en capas invisibles de desigualdad. En la película, los personajes que trabajan en la cocina viven en un mundo en blanco y negro, en una perfecta alegoría de las distintas realidades y privilegios que coexisten en Estados Unidos.

Ruizpalacios construye el escenario de una cocina caótica, frenética y a menudo violenta, donde los trabajadores –en su mayoría minorías raciales y sociales– sostienen con su esfuerzo la ilusión de un servicio perfecto para los comensales. No es casualidad que el restaurante de esta película esté ubicado en el corazón del espejismo del éxito americano: Times Square. Es en este escenario de falsa opulencia donde se teje la vulgaridad de la decadencia americana.

Los cocineros y meseros enfrentan desafíos que van desde la discriminación hasta la explotación laboral, y lo hacen en un ambiente donde el trabajo constante y agotador es la norma. Esta es la vida de los “invisibles”, aquellos que viven en las márgenes de la historia oficial, en la periferia de los privilegios. Al igual que en la América de Trump, este grupo representa a las personas que cargan con el peso de una nación, mientras el sistema les ofrece pocas oportunidades de avance o reconocimiento, pero también es un vistazo a un mundo lleno de odio, de frustración y de olvido, y ahí yace la gran ironía: los olvidados de La Cocina podrían ser los mismos que hace unos días votaron a Trump. Estas minorías no encuentran en su igualdad de situación un punto de unión, su tragedia los separa, no los une y en esa desconfianza del otro yace la imposibilidad de la cohesión social. La pesadilla americana es, como en Sartre, el otro y es contra ese “otro” tan parecido y tan imposiblemente diferente, que muchos votaron a Trump. De hecho el imposible amor entre los personajes de Rooney Mara y Raúl Briones es el perfecto reflejo de esa división marcada e infranqueable de la humanidad y divide en colores, razas, nacionalidades, géneros… Estados Unidos.

La cocina del restaurante es, en este sentido, un microcosmos del Estados Unidos de Trump: un lugar donde los de abajo luchan por sobrevivir, donde las minorías luchan entre sí, mientras que son las que mantienen en pie un sistema que les ofrece poco o nada a cambio y que ahora eligió a Trump como el portador de esa urgencia de cambio, aunque ese cambio pueda ser en detrimento de ellos. Pero, al mismo tiempo, es un espacio donde las tensiones internas y las contradicciones estructurales se han vuelto insostenibles. En un país donde el racismo, la discriminación y la desigualdad económica siguen siendo realidades palpables, “La Cocina” nos recuerda que el “sueño americano” no es más que una fantasía lejana para la mayoría, una narrativa que poco tiene que ver con la vida real de quienes sostienen, día tras día, la maquinaria social.

Ruizpalacios, de esta forma, utiliza el restaurante para narrar, sin tapujos, la historia de una nación en crisis. En esta “cocina americana”, donde los conflictos son constantes y las jerarquías inquebrantables, todos luchan por encontrar su lugar, por sobrevivir en un entorno que parece devorarlos sin tregua. Un lugar donde lo que une es el enojo, lo que homogeniza es la división, lo que cohesiona es la desconfianza absoluta del otro. La elección de Trump es, en este sentido, un reflejo de ese mismo descontento, de una nación que, tanto en la cocina como en el comedor, está dividida y desgarrada por resentimientos que ya no pueden ocultarse. Los trabajadores de la cocina, como las minorías en Estados Unidos, ven sus sueños limitados por un sistema que apenas les permite subsistir, mientras que los comensales, aunque en una situación de privilegio, sienten un malestar y un vacío que tampoco encuentran cómo llenar. Ni la langosta que preparan en la cocina llena ese vacío.

Esta cocina es, al final, Estados Unidos. Su metáfora, su síntesis, su palpable realidad. Es un llamado de atención a un país que, mientras algunos intentan disfrutar de un “banquete” de éxito y bienestar, otros deben enfrentarse a una vida de trabajo sin descanso, de sueños incumplidos y de una perpetua invisibilidad. Alonso Ruizpalacios y Rooney Mara logran, en este sentido, construir una alegoría poderosa y desgarradora de la América contemporánea, de esa cocina de resentimiento y dolor donde las desigualdades crecen como un plato que nadie pidió, pero que todos deben enfrentar.

Así, “La Cocina” no es solo una historia de ficción; es una advertencia de lo que ocurre cuando una sociedad ignora a los que están al margen. Porque mientras esos “invisibles” sigan atrapados en su propio ciclo de supervivencia y desilusión, la “cocina americana” de Trump seguirá siendo un espacio donde la tensión y la violencia laten, listas para estallar en cualquier momento.

Analista. @emiliolezama

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