En la plácida ciudad de Hiroshima, la misma que en 1945 se convirtió en la primera víctima de un ataque nuclear, en 2023 se unen los mandatarios de las democracias más ricas del mundo para intentar resolver el conflicto de Ucrania y plantear otros paradigmas globales. El problema del G7 es que fue creado en una época de una hegemonía indiscutida de Estados Unidos sobre el mundo, una época en la que Europa estaba dispuesta a seguir ciegamente a Washington y en la que el dominio del norte era tan avasallador que las economías emergentes podían ser desplazadas de las grandes discusiones sin ninguna consecuencia. Esa realidad ya no existe.
Rusia dejó de pertenecer al grupo del G7 en 2014 y se convirtió en una fuerza antagonista. La irrupción de China es la amenaza número uno para la hegemonía de Estados Unidos. La India es la quinta economía más grande del mundo, y bajo el liderazgo carismático de Narendra Modi ha empezado a asumir su rol como potencia mundial. Todo esto amplía la importancia de incluir a lo que se denomina “el sur global” en la conversación. Sin estas economías y con poca diversidad regional, hoy en día el G7 ha perdido legitimidad, relevancia y poderío, y por ello cada vez más buscan invitar a países del sur global a ser parte de estas reuniones en búsqueda de consensos más amplios.
Hay tres temas principales sobre la mesa en esta ocasión; Primero, Japón quiere proponer acuerdos que den pasos importantes para el desarmamiento nuclear. Esto no sucederá. El segundo tema será la guerra en Ucrania. En esto hay un consenso claro entre los países. La visita de última hora del presidente Zelensky a Hiroshima muestra unión y hará que el tema de Ucrania robe las cámaras. Esto crea una paradoja en el G7; el G7 necesita acercarse al sur global para ampliar su terreno e influencia, pero una cumbre definida por el tema de la guerra en Ucrania, lo aleja de esta región del mundo. No es casualidad que en su diálogo con Zelensky, Macron haya estresado lo importante que era aprovechar el G7 para dialogar “con el sur”. Tampoco es casualidad que Lula se haya negado a juntarse con Zelensky. Algunas potencias del sur han expresado hartazgo de la monotemática ucraniana; lo contrario ocurre en países como Vietnam, Taiwán y Corea que observan la reacción del G7 ante Rusia proyectando en ella sus miedos sobre China.
El tercer tema es China. China no es una nueva potencia, salvo en un breve período entre 1930 y 2003, ha sido siempre la primera o segunda economía del mundo desde hace dos mil años. A diferencia de Rusia, China es un país que puede competir en más áreas que lo militar. Por eso mismo, China es más estratégico, entiende su poder económico y sabe usarlo; entiende su músculo político y lo ha ido ampliando. A EUA esto le preocupa, y busca usar el G7 para crear un contrapeso al ascenso chino. El problema es que a Estados Unidos ya no le alcanza. Su poder no es hegemónico y sus riquezas no dan para salpicar a todos. Incluso países como Francia e Italia han mostrado interés en los dividendos económicos que les ofrece el gigante asiático. El magnetismo de China es muy fuerte y a mucho del “sur global” les apetece y lo necesitan.
Es en ese espacio donde debería entrar México. Nuestro país es uno de los pocos del “sur global” que le conviene una alianza del G7 en contra de China. No hay un país que pueda beneficiarse geopolítica y económicamente tanto como nosotros. Y sin embargo, México está ausente. En lugar de estar negociando con las grandes potencias del mundo, México ha decidido flotar sobre la inercia. En lugar de tener una estrategia clara y agresiva para aprovechar el nearshoring, México celebra una sola planta automotriz de Tesla en Monterrey. Las consecuencias son amplias.
Le guste o no a los gobiernos mexicanos, México es una potencia regional que no ha sabido ni querido asumir su rol en el mundo. Esto lleva sucediendo muchas décadas, pero en este momento hay una ventana de oportunidad única que tenemos que aprovechar. Las coyunturas no esperan ni se apiada de la incompetencia; todos los vacíos se llenan y si México no ocupa este espacio, alguien más lo hará. Por ello, México necesita generar una estrategia internacional mucho más asertiva; por un lado no puede darse el lujo de desperdiciar la oportunidad económica que representa el aislamiento de China, y por otro lado no puede permitir que Brasil vuelva a asumir el liderazgo latinoamericano.
El Itamaraty lo tiene muy claro, es Brasil o México y siempre será así. En Palacio Nacional esto no se entiende y la adulación por Lula y una idea bolivariana romántica e implausible ciega los intereses nacionales. No es una cuestión de orgullo, está en juego el potencial económico de nuestro país. La posibilidad de generar una economía más robusta que nos ayude a hacer lo que Lula hizo, sacar a gente de la pobreza y también lo que Lula no logró, generar menos desigualdad de una forma permanente. Brasil, al igual que Corea, India e Indonesia, están reunidos en estos momentos en el G7, México duerme en el Palacio Nacional.
Analista político