En 1945 George Orwell escribió una reseña del recién publicado libro de C.S. Lewis, “Esa Horrible Fortaleza”. Durante ese mismo tiempo, George Orwell ya escribía su propia obra maestra: 1984. La conexión es interesante porque la obra de Lewis podría, en muchos aspectos, ser una precuela de 1984. La novela de C.S. Lewis narra la consolidación de una fuerza política que busca imponer su poder único sobre la sociedad. Lewis hace un gran trabajo en explicar el proceso de la llegada de este nuevo poder y cómo éste logra construir una narrativa que manipula a la sociedad para crear la necesidad y legitimidad de esta nueva entidad de poder que bautiza con ironía con el acrónimo de NICE (lindo en inglés). En Esa Horrible Fortaleza, Lewis logra comunicar una visión muy poderosa y acertada de la consolidación del poder y sus consecuencias. He leído esta novela tres veces en mi vida, pero nunca como ahora la he sentido tan actual.

El personaje principal de C.S. Lewis, Mark, es un académico de mediana talla; pero independientemente de su profesión, se trata de un individuo inseguro cuya máxima aspiración es la de ser aceptado por los círculos sociales del poder, sea cual sea su manifestación. El personaje de Lewis es complejo, porque no es en sí lo que muchas novelas o películas presentan moralmente como malo. No es un villano. Lo interesante del personaje es que es un ser humano normal que cree tener creencias y códigos de vida, pero al mismo tiempo, es presa de un deseo exacerbado, casi desesperado de sentirse importante a través de sentirse parte de algo. Esta característica, tan común en los seres humanos, es lo que vuelve a Mark tan peligroso para la sociedad y tan útil para el NICE.

En su afán por pertenecer, Mark se vuelve una especie de plastilina psicológica, dispuesto a moldearse a su entorno y capaz de convencerse a sí mismo que sus adaptaciones son absolutamente congruentes con su esencia. Los líderes del NICE le mienten a la sociedad, pero Mark, un soldado raso al que usan para lograr sus fines, se miente a sí mismo. Al igual que muchos otros con esta predisposición, Mark asume que él está exento de ser manipulado. Al creerse parte del “círculo de adentro”, asume que son los de afuera, los que son proclives de lo que él mismo es el ejemplo máximo. Sus deseos de pertenencia le permiten normalizar la esencia de un entorno que un poco de tiempo atrás, cuando todavía era un outsider, le hubiera escandalizado, y muy pronto lo asume como propio. “En la cómoda intimidad de ese círculo, (Mark) encontró que sus músculos faciales y su voz, sin ninguna voluntad consciente, tomaban el mismo tono de sus colegas”, escribe Lewis.

Cuando Peña Nieto llegó al poder en 2012, surgieron hordas de jóvenes aspirantes a políticos que se peinaban con gel y copete y hablaban maravillas de Salinas de Gortari y de la nueva administración priista. Sus discursos emulaban a la de los círculos internos del Presidente. Se jactaban de ser parte de, y con ello, eran capaces de construir los argumentos más absurdos para defender lo indefendible. Al igual que con el peñanietismo, hoy, académicos, periodistas, políticos jóvenes y hasta miembros del gabinete, tienen el síndrome de Mark en Esa Horrible Fortaleza. Personajes capaces de traicionarse tan bien a sí mismos, que se asumen congruentes con las acciones que ahora enarbolan. No son en esencia villanos políticos, sino personajes deseosos en pertenecer, a veces bajo el incentivo de algún puesto futuro, pero sobretodo simplemente por ser parte del poder.

Toda fuerza política que busca imponerse debe construir para sí una narrativa absoluta. Ya sea la neolengua de Orwell, o el complejo verborreo propagandístico del NICE; en el mundo real sucede igual.

Sin embargo, para que la narrativa funcione primero tiene que ser replicada convincentemente por círculos y grupos que, aunque no tuvieron ninguna injerencia en su elaboración, están dispuestos a asumirla como si siempre hubiera sido suya. Para ello, es fundamental contar con un ejército de Marks. La clave es que la narrativa se derrame más allá del confinamiento partidista o político y se asuma como un discurso histórico, universal y personal. Vivir la narrativa del poder es asumirla cierta por igual cuando se compra en el supermercado que cuando se vota en las elecciones. La narrativa siempre es incongruente, vaga y confusa, sobretodo para aquellos que la adoptan, pero su poder yace en su repetición no en su fundamentación. De ahí la sugerente frase que usa la jefa de la policía de NICE para explicarle a Mark cómo funciona el NICE: “Claro que somos apolíticos, el verdadero poder siempre lo es”.

La obra de Lewis es extraordinaria pero inferior a la de Orwell porque, muy a su estilo, acaba incorporando elementos fantásticos y sobrenaturales para resolver una problemática que en su esencia es absolutamente humana. Aún así, Orwell recomienda el libro y menciona que “No hay nada improbable en una conspiración como la que plantea Lewis. Mucha gente en nuestro tiempo entretiene esos sueños monstruosos del poder que el Sr. Lewis atribuye a sus personajes, y estamos muy cercanos a una época en la que esos sueños se puedan realizar”. Orwell, quizás con Lewis en mente, desarrolla esta idea en 1984. Tristemente, el mundo actual la ha ido desarrollando también por su propia cuenta y sin ningún fin literario. Sin embargo, la horrible fortaleza a la que se refiere Lewis es una alegoría del poder, no es que el mundo se necesite convertir en una gran enclave totalitario como el de Orwell para que debamos preocuparnos por la acaparación del poder y la narrativa en manos de unos cuantos.

Analista político

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