En la política y en la vida hay varias maneras de enfrentar lo inesperado; a algunos lo inesperado los paraliza, a otros los hace calibrar para ajustarse, y a otros mas no los inmuta: siguen exactamente igual que antes, como si nada hubiese cambiado. A nivel político la manera en cómo los estadistas reaccionan ante lo inesperado tiene consecuencias muy profundas en las poblaciones que gobiernan. La pandemia ha revelado eso; aquellos países cuyos líderes han asumido el reto, calibrado políticas y reaccionado de acuerdo a las necesidades, son los países que mejor han podido hacer frente a esta infranqueable crisis. En cambio, países como México, Brasil y Estados Unidos han tenido una respuesta ineficiente en gran medida porque sus liderazgos se han negado a cambiar su curso de acción ante sucesos que claramente cambian las circunstancias con las que sus planes originales se idearon.
Esto se ha visto una y otra vez; en México el gobierno federal ha mantenido en curso sus proyectos insignias aún si con las nuevas circunstancias muchos son obsoletos y otros sacrificables o aplazables para poder enfrentar mejor la crisis actual. De forma similar, la Secretaría de Salud a través de la figura de López Gatell, se muestra obstinada en una visión arcaica de enfrentar la pandemia, incluso si las organizaciones internacionales y los gobiernos de otros países han ido ajustando sus decisiones a la nueva información que vamos obteniendo. Desde el punto de vista de la política, la obstinación con un plan obsoleto es poco deseable, pero desde la ciencia, el no ajustar decisiones con base a nueva información es inaceptable pues es contrario a la naturaleza misma de la profesión.
La realidad suele estar lejos del discurso político. Las narrativas se construyen como herramientas para acceder y mantener el poder, pero no son ninguna medida para evaluar la realidad. Mientras que los políticos tengan eso claro, existe la posibilidad de que interactúen con el mundo y que las políticas concebidas busquen ejercerse sobre él. Sin embargo, cuando los políticos confunden la narrativa con la realidad se crean tergiversaciones insostenibles, que, aunque pueden mantener el ánimo social, acaban siempre teniendo consecuencias negativas sobre la realidad.
En ese sentido, hace poca diferencia que las narrativas tengan éxito si la realidad no las acompaña. La narrativa se puede ganar, pero si se pierde la realidad, tarde o temprano se pagarán las consecuencias. Hay muchos casos en los que gobiernos rebasados o incompetentes han logrado mantener su popularidad y su apoyo social a pesar de las circunstancias; al menos por un tiempo. La historia sí es maleable y acaba siempre ajustando las percepciones, pero mientras tanto es la población la que más sufre. Ser popular siempre es más fácil que ser eficiente. Si realmente se quiere transformar a México, acabar con la pobreza y generar una sociedad más justa, el reto del nuevo gobierno no es ser popular ni tener una base social, sino generar un cambio estructural en el país. Para lograr eso, se tiene que ajustar la política a la nueva realidad; una realidad que dicta que el mundo no es el mismo de hace 2 años; que miles de personas han perdido la vida, que habrá una recesión económica sin precedentes en la historia moderna y que la única forma de hacer frente a eso es calibrando las políticas a esta nueva realidad.
Los pocos políticos que pasan a la historia son aquellos que se engrandecen ante la adversidad y la sortean porque logran ajustarse a los retos que se les imponen. En las grandes crisis, los líderes se convierten en ello más por su capacidad de reacción que por su capacidad de “auto-congruencia”. Los líderes de Estados Unidos, México y Brasil han decidido no tomar este camino; en lugar de ajustar sus planes a la realidad, de alguna forma pretenden que la realidad se ajuste a sus planes. La crisis de la pandemia “nos vino como anillo al dedo” declaró el presidente de México hace unos meses, como afirmando que hasta lo impredecible se moldeaba a su plan de gobierno. Hoy, Estados Unidos, México y Brasil son tres de los países más afectados económicamente por la crisis. Hoy, Estados Unidos, México y Brasil, son los 3 países con más número de muertes por la pandemia.