“¿Quieres salvar a México?”
Malcolm Lowry
Si alguien se hubiera asomado a las canchas del Centro de Capacitación de la Femexfut una tarde cualquiera de 1998, habría visto a miles de niños jugando futbol con una playera en la que se leía “Futbol 2000”.
A finales del siglo pasado el Centro de Capacitación (Cecap) era el proyecto deportivo más ambicioso del país. La Federación Mexicana de Futbol se había tomado la tarea de formar una nueva generación de futbolistas de manera muy seria. El Cecap no era sólo una escuela de futbol, era la manifestación de que las cosas se podían hacer bien en México. ¿Por qué decían “Futbol 2000” las playeras? Porque ese sería el año en el que la primera generación de jugadores del Cecap llegarían al profesionalismo y cambiarían la historia del futbol mexicano para siempre.
Había razones para pensar que eso era posible. El Cecap se diferenciaba de las otras escuelas de futbol del país: fomentaba una diversidad social, permitía a los jugadores continuar sus estudios, buscaba eliminar la corrupción de los supervisores y entrenadores de otros clubs. Existía una pedagogía del futbol, pero sobre todo algo inusitado en el deporte mexicano: un plan, un proyecto, una visión.
El Cecap tenía todo para romper los paradigmas del deporte en México, pero no pudo contra el mayor de los estigmas de nuestra sociedad: la corrupción. A finales de 1998, las familias de los niños y jóvenes fueron informados que el Cecap cerraría para poder vender los terrenos y construir un centro comercial. Una de las áreas verdes más importantes del sur de la ciudad, el sueño de miles de niños, la posibilidad de un deporte más profesional, todo eso intercambiado por el fervor capitalista. ¿Cuánto valen los sueños futbolísticos de un país? Podría preguntar algún comentarista deportivo cursi. Un centro comercial sería la respuesta.
El caso del Cecap ilustra muy bien los alcances de la frivolidad y la corrupción en México. ¿Habría habido quinto partido en Alemania si el Cecap no hubiera cerrado? ¿Estaríamos luchando por el sexto partido? Imposible de saber y más bien poco importante. El Cecap es un símbolo de algo que va mucho más allá del futbol, es la metáfora perfecta de un país que prefiere alimentar la riqueza de unos pocos corruptos que el futuro de cientos de niños; de un país que le quitó todas las posibilidades a sus jóvenes y se los entregó al crimen; un país que prefiere un centro comercial a un parque, una biblioteca o una cancha de futbol. Un país que aún no lo sabía en 1998 pero estaba a la vuelta de la esquina de entregar a una generación entera a la violencia. Nada más representativo de ello, que “el Futbol 2000” transformado en un centro comercial 2000.
Poco ha cambiado desde entonces. Durante los seis años que Mancera gobernó la ciudad, la metáfora se convirtió en política pública. Cada resquicio de la ciudad que había sobrevivido a la urbanización fue transformada en un centro comercial. Ese fue el proyecto de ciudad de Mancera: edificios, centros comerciales, desarrollos urbanos. El beneficio de los pocos a costa de los muchos. Hoy, el poco espacio que ha sobrevivido dentro del monstruo urbano es la única posibilidad que existe de salvar a la ciudad de sí misma, pero es muy posible que vuelva sucumbir a los intereses de unos pocos. Áreas verdes, parques, museos, librerías, ríos regenerados, todo lo que pudo y todavía puede suceder pero es catafixiado a diario por la corrupción. ¿Cuál será la visión de la nueva administración de la CDMX sobre estos escasos espacios de la posibilidad?
El “Futbol 2000” de Cecap es una perfecta demostración de que en México los proyectos de largo plazo no son posibles. En lugar de una generación de deportistas, en el 2000 habían canchas vacías: ni siquiera el centro comercial había sido construido. Esa es la corrupción que ha acabado con México. No solo el robo de dinero, el despilfarro, sino el desperdicio continuo de posibilidad, de talento, de espacio, de futuro. Los espacios que pudieron construir una mejor ciudad convertidos en urbanizaciones y centros comerciales, los ciudadanos reducidos a víctimas de las clases políticas y empresariales. La corrupción en México se robó hasta lo inmaterial: el futuro, la esperanza, la posibilidad de un gol que nos permitiera soñar en ser mejores.
Hoy, la narrativa de cambio permea el ambiente político y millones de mexicanos están ansiosos de creerla; pero la ciudad sigue sin nuevos parques, sin áreas verdes, con sus ríos entubados y sus centros comerciales floreciendo; pero los jóvenes siguen sin poder tener la posibilidad de soñar en ser futbolistas, de ser analistas políticos con libertad de expresión, de tener una vida digna. El Futbol 2000 —con todas sus connotaciones políticas y sociales— es tan lejano hoy como lo fue aquella tarde de 1998 en el que se anunció que la escuela de futbol sería vendida para construir un centro comercial. Ciertamente, seguimos sin un proyecto deportivo nacional, pero nuestras ciudades están llenas de centros comerciales.
PD:
La misma corrupción que ahora quiere obligar a Sergio Aguayo a pagar una multa por expresar su derecho a la libertad de expresión. Los corruptos en México, siguen ganando. Toda mi solidaridad con Sergio Aguayo.
Analista político