Los líderes carismáticos suelen ser malos para entender las dinámicas de su sucesión. Un primer error suele ser el de la designación del “elegido” para continuar su proyecto. Después de 8 años de autoritarismo, al ser impedido de cambiar la constitución para ampliar su mandato, Álvaro Uribe, presidente de Colombia, decidió que el candidato idóneo para dar continuidad a su régimen era el ministro de defensa Juan Manuel Santos. Tan pronto llegó al poder, Santos reestableció relaciones con Venezuela y ejecutó una serie de políticas anti-uribistas.
Más grave aún fue lo sucedido en Ecuador, donde el presidente Rafael Correa eligió a Lenin Moreno como su sucesor, y éste, una vez en el poder, lanzó un juicio en contra de Correa impidiendo que regresara al país. En México, el caso de Lázaro Cárdenas presenta otra analogía, fue designado por Elías Calles para continuar el maximato, pero acabó teniendo el efecto contrario: Cárdenas destruyó al Maximato.
Otro error suele ser el de la estrategia electoral. En el año 2004, la preocupación de Vicente Fox sobre el surgimiento político de AMLO, lo llevó a cometer uno de sus peores cálculos políticos. En un afán por detener su efervescente carrera política, Fox intentó desaforar al entonces Jefe de Gobierno y acabó propulsando la carrera de su antagonista. AMLO fue el mayor benefactor del intento del presidente por detenerlo; se volvió una víctima del poder y con ello, su popularidad local se convirtió en un fenómeno nacional.
Es interesante que habiendo vivido en carne propia esta experiencia, AMLO repita el error de Fox con tanta ingenuidad. Hasta hace unas semanas, las aspiraciones de Xóchitl Gálvez se limitaban a la CDMX, pero al impedirle el acceso a Palacio Nacional para ejercer su derecho de réplica, AMLO la catapultó a la contienda presidencial. Ahora, sus constantes ataques a la precandidata tienen un efecto parecido al del desafuero; la imagen de Xóchitl se amplifica por todo el país. Al igual que en 2004, el poder está inquieto y se nota; la narrativa de un “underdog” está en construcción.
Por primera vez en lo que va del sexenio, la oposición puede beneficiarse de dos características que AMLO ha usado generalmente a su favor; su obstinación y su incapacidad de calibrar. Lo que durante 5 años fue visto como símbolo de congruencia y una narrativa eficaz e intocable, ahora puede convertirse en su mayor enemigo. En el 2006, AMLO perdió la elección por su incapacidad de cambiar su discurso, de abrir los márgenes de su narrativa, y buscar conciliar. Ahora, en 2018, vuelve a caer en su propia trampa; el arribo de Xóchitl a la contienda le exige moderarse y él se radicaliza. Esta es la mejor herramienta que tiene Xóchitl Gálvez.
El Presidente parece solo saber jugar un juego. Lo hace muy bien cuando el contexto le favorece, pero como no es capaz de cambiar, si el contexto cambia, le cuesta trabajo adaptarse. La vehemencia con la que AMLO se ha lanzado contra Xóchitl demuestra que su presencia le incomoda, pero también demuestra que no ha aprendido nada de su propia historia. A los otros candidatos de la oposición AMLO los podía caricaturizar de una forma que les restaba seriedad y los volvía descartables; con Xóchitl no puede hacer lo mismo y por lo tanto se ha decidido por la peor estrategia para sus fines: atacarla desde el poder.
Lo que el Presidente quiere es demostrar que Xóchitl es igual que los demás, pero es esa necesidad de demostrar lo que lo pone en una situación incómoda y nueva. Con otros precandidatos el Presidente no demuestra, solo muestra; este pequeño cambio transforma todo. Al tener que demostrar, el Presidente pierde su impunidad comunicacional; ahora tiene que convencer, que dar pruebas, que bajarse del podio intocable. Si se le carga la mano, Xóchitl se vuelve víctima, si no demuestra que es igual que los demás, se vuelve legítima.
La solución para el Presidente es simple pero improbable por su personalidad. Si AMLO modera su discurso y busca conciliar y sumar, no tendría por qué complicarse el camino a 2024. El panorama no es tan alarmante como AMLO mismo nos ha hecho creer. Su popularidad es alta, la economía está creciendo más de lo previsto, y este fin de sexenio el Presidente inaugurará al menos 5 obras de infraestructura que seguramente impulsarán su popularidad. Si en lugar de radicalizarse y atacar, AMLO buscara suavizar su narrativa y construir puentes, aludir de forma sería el problema de la violencia, y generar —en conjunto con los empresarios— una estrategia para aprovechar el potencial del nearshoring, la elección de 2024 sería de bajo riesgo para su partido.
El problema es que esto es casi imposible para un personaje que ante la adversidad se radicaliza y busca confrontar; en este contexto esto no hace más que beneficiar a Xóchitl (y a Marcelo). Mientras el Presidente más ataque a Xóchitl, más crecerá su figura, mientras más radicalice su discurso, Xóchitl sumará más apoyos. Las elecciones se ganan sumando, y el camino que AMLO ha emprendido esta semana es el contrario; su voto duro no le alcanza para ganar la elección y la radicalización suele ahuyentar muchos adeptos. AMLO le debe mucho a la ceguera y obstinación de Fox, ahora podría estarle pagando aquel favor.
Analista político