La fuerza de AMLO recae en dos elementos; la fuerza de su relato y la legitimidad que ha construido en torno a él. El Presidente ha identificado muy claramente a su público y se dirige a él como si fuera uno de ellos. Su público no es una ciencia exacta, sino un conglomerado vago de los que se sienten fuera del relato del poder, de los que han sido víctimas de abuso de poder, nepotismo, prepotencia o negligencia; que en México son muchos. A ellos, AMLO los nombra “pueblo” para darles una esencia amorfa. No son los pobres, ni los indígenas, esas categorías le darían una aproximación más específica y definida al grupo y perdería su fuerza de inclusión y de exclusión. El “pueblo” funciona porque es abstracto y no es medible. En el concepto de “pueblo” caben todos los que quieran sentirse parte de él.

La manera en cómo se dirige a ese público también es importante. El “nosotros” contra ustedes”. El Presidente se autoproclama el vocero del “nosotros” y —para muchos— lo hace legítimamente, tanto por su trayectoria, como por ser el único que ha hablado por y para ellos, pero sobre todo, desde “ellos” de manera explícita. Esto es un asunto importante. A diferencia de otros políticos, AMLO no les habla a “ellos”, sino que habla “desde ellos”. Esto invierte el rol que había ocupado el presidente en los últimos sexenios; es decir, si la comunicación iba dirigida verticalmente hacia abajo, desde el hombre privilegiado que a veces se digna a dirigirse a su “pueblo”, la geometría de AMLO es la inversa, se asume abajo y desde ahí le habla a los de arriba.

Esto no significa que AMLO no le habla al resto de la población, los mensajes también están construidos para que los otros, el (ellos/ustedes) lo escuchen y reaccionen de manera opuesta. Frente a los “otros”, López Obrador se plantea como el enemigo, y busca hacerlos enojar para obtener una reacción. El enojo de los otros le sirve para legitimarse ante los suyos; ‘si los hago enojar tanto, es porque no soy parte de ellos.’

Ciertamente manipular es más sencillo si no tienes escrúpulos con mentir, con exagerar y con usar las emociones para movilizar. Pero el populismo efectivo requiere de una sensibilidad aguda a esos sentimientos latentes pero muchas veces reprimidos en el imaginario colectivo. Pocos lo logran. Muchos políticos han intentado usar falacias, mentiras o exageraciones para promover su popularidad, “la guerra contra el narco” es el ejemplo perfecto de ello, pero han fracasado porque no han logrado entender el pulso del país, ni han podido contar una historia suficientemente convincente como para envolver el ánimo nacional.

El relato de López entiende el malestar y además es congruente en la manera en cómo se ejecuta y esparce. Si los anteriores hacían política desde los cafés de Polanco, AMLO la hizo desde el territorio y la plaza pública; AMLO recorrió los 2,469 municipios del país y eso no es menor. Ante el acartonamiento discursivo, AMLO generó un lenguaje simplón pero claro, ante la lejanía simbólica del poder, fue físicamente a la gente. AMLO hizo algo que hace mucho no se hacía: acercarse.

La narrativa de AMLO tardó mucho tiempo en funcionar. Su éxito ahora está construido de su fracaso anterior. Durante mucho tiempo la mayoría de los mexicanos no se sentían tan enojados o afligidos como él y su discurso solo era efectivo en ciertos nichos y sectores. Su virtud fue la constancia y su más grande aliado fue la desgracia política del país. AMLO no cambió su discurso, pero la realidad del país pareció ir transitando a darle cada vez más razón a lo que decía. En esto, le debe mucho de su éxito a Fox, Calderón y Peña, fueron ellos con su inoperancia y corrupción los que construyeron el ambiente perfecto para que la narrativa de AMLO floreciera.

El problema es que el discurso de AMLO es tan eficiente que acaba permeando todo. Los racionales acaban volviéndose emocionales, y los sensatos, iracundos. ‘Hay que contestarle constantemente al presidente’ parece ser la consigna de la oposición. Quizás porque así sienten que siguen siendo relevantes o que van cosechando triunfos en el espacio público. La estrategia es errónea, contestar no es lo mismo que emitir, y significa siempre estar jugando en el campo rival. Para mantener el encanto de su relato y seguir siendo el héroe, AMLO necesita obstáculos, adversarios, enemigos. Al seguirle el juego, la oposición acaba funcionando como legitimadora de su relato.

El paradigma de la comunicación política ha cambiado, no se gana con datos, ni con reputación, no se gana tampoco con desplegados, ni dinero, ni mítines políticos. Para ganarle a un buen relato, hay que ignorarlo, volverlo intrascendente, o contar uno mejor. ¿Qué relato de país cuenta la oposición? ¿Quiénes son sus personajes, sus héroes y qué los legitima? Mientras que los términos del debate sigan siendo impuestos desde Palacio Nacional la batalla está decidida. Mientras que el cuento de la oposición sea simplemente “no ser AMLO”, no hay ninguna razón para querer seguirlos. Mientras que no se abran a entender el pulso del país que perdieron, no lograrán involucrar más que a los mismos de siempre. Por más decepcionados que estemos con el presente, a nadie le apetece la restauración de lo que existía antes.

Analista político

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