Los individuos no elegimos nuestra propia trascendencia. El dinero y el poder permiten muchas cosas, pero no permiten decidir cómo te juzgará la historia. El triunfo electoral de AMLO en 2018 tuvo dimensiones históricas, hasta ahora su presidencia no. El personaje es ineludible pero su legado tiene claroscuros. Aun así, no hay duda de que la presencia de AMLO ha sido el elemento definitorio de la política mexicana en lo que va del siglo, para bien y para mal.

En ese sentido quizás habría que separar la historia de López Obrador en dos. Como luchador político y social su presencia ha sido clave para el país, como Presidente se ha quedado muy corto. A partir de 1988, el discurso del poder en México se perdió en una aspiracionalidad primermundista y olvidó que el tema más importante a resolver era la pobreza, y con ello, la desigualdad. AMLO volvió a traer la realidad a la agenda nacional. Mientras que los políticos hablaban de un país inexistente, López Obrador nos recordó del país que sí existe. No solo habló de él, hizo lo que ningún político contemporáneo se le ocurrió intentar: recorrerlo, escucharlo, vivirlo.

En ese sentido, la presencia de su discurso ha sido crucial para la política mexicana. Los 90s y los 2000’s vieron la consolidación de una élite económica y política cada vez más hermética. Esta nueva élite, conservadora y clasista, fue depurando un discurso a partir de su visión de clase y construyó desde ella la narrativa de un país que solo existe para ellos. El espectro político se estrechó, la izquierda fue forzada a ablandarse o ser marginalizada y la narrativa política se fue alejando de la realidad, perdiendo conexión con la población.

Los sexenios de Salinas y Zedillo quisieron tapar el problema de la pobreza como si fuera un hecho del pasado. El sexenio de Fox comprobó que la alternancia por sí sola no era suficiente, se necesitaba un proyecto de país. Felipe Calderón devastó los cimientos del tejido social, los más afectados fueron los pobres. EPN rompió el pacto social, su desconexión con la realidad y la corrupción fueron tan rampantes que empujaron a la sociedad al borde de la violencia.

Durante más de 20 años la agencia Nodo de Luis Woldenberg ha estudiado el humor social de los mexicanos. Durante el sexenio de Calderón los datos eran tan negativos que tuvieron que ampliar el espectro de los sentimientos negativos. En 2016, ya con estas nuevas categorías, se llegó al nivel histórico más bajo: el “miedo-violencia.”

Dentro de esta narrativa de un México inexistente, las irrupciones más importantes al discurso oficial desde una perspectiva social o de izquierda se dieron a través de expresiones violentas, ya sea en movimientos como el zapatismo, o a través de las grandes tragedias nacionales como Atenco y Ayotzinapa. Más allá de un pequeño círculo de intelectuales y activistas, fueron la tragedia y la desesperación las que nos recordaron esa terrible e injusta realidad que se obstinaba en permanecer en México.

Fue AMLO quién volvió a hablar de esa realidad y con ello obligó a los otros a tener que aludir a ella. Su triunfo electoral fue la culminación simbólica de una larga lucha para que el poder reconociera la realidad del país y con ello, a la pobreza y la desigualdad como los más grandes problemas nacionales. La administración de AMLO nos recuerda que esa lucha no ha terminado.

La tragedia más grande de este sexenio es la enorme decepción. Una oportunidad histórica perdida. Era evidente que ningún presidente iba a poder satisfacer las enormes expectativas con las que llegó López Obrador, pero había caminos plausibles que podrían mantener la esperanza a base de realidades y acciones, y no de discursos, confrontaciones y relatos.

AMLO tuvo el dilema de ser un gran estadista o un Presidente popular y eligió la segunda. Fue entonces que el político que le recordó a México su realidad, se convirtió en el Presidente que decidió no actuar en ella. Ningún dato más revelador que el de la pobreza: el político que se atrevió a hablar de pobreza, ahora como Presidente ha visto un incremento en ella. Según cifras del Coneval, en 2020 ya había 4 millones más de pobres que en 2018.

La ventaja de haber elegido ser popular es que sus seguidores lo festejarán y desecharán cualquier crítica; la desventaja es que la historia no es un concurso de popularidad a mano alzada. Más allá de los alabadores y detractores histriónicos, la larga lucha de la izquierda merecía más, la larga lucha de AMLO también. Su presidencia pudo haber cambiado la historia de manera categórica, y en lugar de eso ha optado por la mediocridad. No todo es malo, hay cambios en el país, pero se quedan cortos ante la dimensión de las necesidades y sobre todo de las posibilidades históricas. El AMLO presidente tiene una deuda enorme con el AMLO de la lucha política.

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