El 25 de septiembre Grupo Firme se presentó en el Zócalo de la Ciudad de México. La cifra oficial fue de 280 mil asistentes y con ello se rompió un récord de asistencia. El Gobierno de la CDMX no es muy bueno para contar multitudes, pero lo cierto es que la plaza más importante del país estaba llena. Esto no fue ninguna sorpresa, Grupo Firme es uno de los grupos más famosos del momento; tan solo en Spotify tienen 14 millones de escuchas mensuales, por encima de artistas como C.Tangana, Paul McCartney y Robbie Williams. El 21 de noviembre Grupo Firme se presentó en el Estadio Azteca para dar el espectáculo de medio tiempo del partido de la NFL en México. El mismo grupo que llenó el Zócalo fue abucheado en el Estadio Azteca.

Ha habido muchas teorías para explicar este suceso. La más circulada lo explica desde una perspectiva de mercado: no era el público adecuado. La más absurda lo hace desde una perspectiva política: era un gesto de desaprobación a Sheinbaum y sus actos anticipados de campaña. La primera teoría es evidente, el público de la NFL en México no es el mercado de la música norteña. Sin embargo una cosa es que no escuches algo y otra es abuchear a un artista. Abuchear a un artista no porque se haya equivocado al tocar sino porque esté tocando en el lugar equivocado. ¿Si hubiese sido una Orquesta Sinfónica o un rapero norteamericano lo habrían abucheado?

El futbol americano no es nuevo en México, existe una cierta tradición ligada a los equipos del Poli, la UNAM y el Tec. Existen aficionados genuinos al deporte y a la NFL. Sin embargo, desde la expansión comercial de la NFL, se ha construido una cultura elitista en torno a la afición a esta liga que poco tiene que ver con lo atlético. La NFL se ha vuelto un símbolo de la más triste aspiracionalidad mexicana.
Las élites mexicanas y aquellos que aspiran a formar parte de ellas ven en la NFL el símbolo que los separa de esa “vil” mexicanidad, del vulgo, de los otros. Ellos no pierden el tiempo con el futbol nacional, las bandas norteñas, las canciones de Juan Gabriel. Todo eso es para gente sin estatus, para ‘nacos’. ¿A qué equipo le vas? les preguntas y no contestan que al Cruz Azul o al América: “a Los Cowboys”. Esta respuesta los separa del vulgo, los vuelve más ‘refinados’, más complejos, menos mundanos.

En esta triste cosmogonía, ver el Futbol Americano significa ser viajado (a EUA), haber ido a Houston a comprar ropa, tener SKY, hablar inglés, conocer la cadena de comida que no ha llegado a México, analizar los comerciales de productos que aquí no existen y lamentarte que la CDMX no se parezca más a Miami o a cualquier ciudad de Texas.

Desde esta aspiracionalidad, la NFL da estatus porque ‘no tiene ningún contaminante nacional’. Las masas mexicanas ‘no lo entienden’. Este es un deporte que requiere “pedigree”. Entenderlo te hace pertenecer, poder opinar, sentir que eres parte de algo superior, y es que significa que “yu can iben espik inglish”.

Y es que ‘imagínense lo que han de haber pensado las estrellas de la NFL al ver a estos sombrerudos cantando’ ‘¡Que oso!’, y es que ‘allá tocá Beyonce y aquí Grupo Límite, todo lo volvemos región 4, por eso estamos como estamos’; que la aspiración de una parte importante de la élite de un país con más de 6,000 años de civilización y cultura sea el centro comercial de Houston y la cultura que de él emanan explican mucho del estado del país.

Uno de los principales errores de la oposición política es adjudicar a López Obrador la polarización de la sociedad mexicana. La polarización presupone dos posiciones radicalmente antagónicas dentro de la realidad social y la narrativa pública. Esto no es un fenómeno nuevo, por décadas, los mexicanos han convivido así: los privilegiados han proliferado bajo un discurso polarizante que es clasista y racista y que denigra al otro.  

La polarización existe en la abismal diferencia social entre una trabajadora del hogar y su empleador, en la manera despectiva en cómo las élites se refieren a ellas: ‘chacha’, ‘gata’, etc…’ La polarización existe en la manera en la que los ricos se burlan de los pobres enmarcado en códigos racistas: ‘naco’, ‘indio’. Sobre todo, la polarización existe en la realidad, en la absurda desigualdad sostenida a base de corrupción.  AMLO no inventó nada de eso ni tampoco lo ha eliminado.

Durante décadas, las clases menos privilegiadas han tenido que sobrellevar este lenguaje polarizante. Les han dicho gatos, chachas, indios, nacos, muertos-de-hambre. Los han discriminado para entrar a un restaurante, juzgado al conducir un carro y, sí, los han abucheado por tocar música en un evento de “élite”. Por primera vez, alguien —un político— decide regresar la ofensa con un adjetivo peyorativo y la élite se alarma. “¡Está polarizando!”. El verdadero problema es que AMLO se ha rebajado al nivel de la alcurnia clasista que ha ejercido el discurso de la polarización unilateralmente durante décadas. AMLO ha generado una lamentable reciprocidad.

Habrá muchas explicaciones sobre lo ocurrido en el Estadio Azteca, pero el clasismo no puede estar fuera de ninguna de ellas. ¿Por qué ganó AMLO el 2018 con tanta diferencia? ¿Por qué sigue gustando su lamentable discurso incendiario? Porque hay mucha gente harta del clasismo y ese hartazgo se convierte en enojo. Y es que al final de cuentas la oposición sigue abucheando desde su partido de la NFL, mientras AMLO está tocando en el Zócalo.

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