Meet the new boss,
same as the old boss.
—Pete Townshend

A principios de los 90s llegó a la presidencia de la Federación Mexicana de Futbol, Juan José Leaño. El futbol mexicano necesitaba una reestructuración importante tras el escándalo de los cachirules que los dejó fuera de Italia 90, y con una oportunidad de hacer historia en Estados Unidos 94. Leaño planteó la necesidad de una reestructuración profunda del futbol mexicano y llamó a su proyecto: “Futbol 2000”. 

“Se profesionalizará al futbol mexicano en sus diferentes áreas y eso incluye a todos, incluso los directivos”, dijo en ese entonces.
Una de las claves de este proyecto era la profesionalización del sistema de fuerzas básicas para generar nuevos talentos. Para ello apuntalaron el Centro de Capacitación de la Federación, donde miles de niños entrenaban futbol a un alto nivel con la consigna de crear una nueva generación de futbolistas para el cambio de milenio. En las playeras de todos los jóvenes se leía la leyenda que definía el rumbo del proyecto: “Futbol 2000”

El “Futbol 2000” nunca llegó. En 1998, Enrique Borja se hizo cargo de la Federación y, en noviembre de 1998, el entonces tesorero de la Federación, Juan Antonio Hernández, anunció que el Centro de Capacitación, ubicado a unos metros del Estadio Azteca, sería vendido para construir un centro comercial. Lo importante no era el futuro de miles de niños, ni tener una nueva generación de talento, sino “que la venta del Cencap beneficie a la FMF con la construcción de una nueva zona de oficinas para el organismo mexicano.” Ese año, el sueño de miles de niños y el proyecto revolucionario del futbol mexicano fue intercambiado por un centro comercial y unas oficinas nuevas para los directivos.

No era la primera vez que un proyecto de transformación del futbol mexicano se esfumaba. Francisco Ibarra y Marcelino García Paniagua habían dejado inconclusos sus proyectos de reconstrucción del futbol mexicano, como también lo harían Justino Compeán y Decio de María después. El año 2000 llegó como había llegado el 94, con un proyecto fracasado y la esperanza de que un nuevo director ahora sí cambiaría el rumbo del futbol nacional. Cuando Alberto de la Torre anunció que su proyecto sí transformaría al futbol nacional, el periódico Reforma escribió: “Ya es costumbre que los presidentes de la Federación Mexicana lancen su proyecto para revolucionar el futbol mexicano, pero todo suele terminar en carpetazo”.

En 2018, Yon de Luisa fue nombrado el nuevo presidente de la Federación y unos días después Rodrigo Ares, presidente de Pumas, le advirtió que si no se replanteaba el número de extranjeros en la Liga MX, la Selección va a sufrir de cara al Mundial del 2002. “Siempre he dicho que esta es la última de las grandes Selecciones Mexicanas porque vamos a sufrir teniendo tantos extranjeros en la Liga”, declaró Ares. Con la llegada de Yon de Luisa, no mucho cambió, y la consecuencia fue el fracaso más grande de las últimas tres décadas.

Ahora el futuro del futbol mexicano depende de los mismos que lo han llevado a su ruina actual. Serán ellos los que decidan su futuro porque en México ni siquiera el fracaso es motivo de cambio. La culpa es compartida. En primer lugar, los directivos, su frivolidad y pequeñez. El negocio siempre por encima del desarrollo. Ya no jugamos la Copa América ni la Copa Libertadores, pero cada vez más se inventan partidos y torneos en los EUA a costa del patriotismo de millones de migrantes. Torneos que además perdemos.

Los empresarios, cuya voracidad destruye la posibilidad de un proyecto deportivo verdadero y que impide a muchos jugadores de salir a probar suerte fuera de México. Los directores técnicos mexicanos que se sientan en los márgenes a criticar al técnico de la selección en turno, a candidatearse como mejores prospectos, pero que nunca han salido de México, no conocen el futbol internacional y nunca han hecho nada por aprender, mejorar y salir de su zona de confort. Ahora reclamarán con su clásica xenofobia que ellos —por ser mexicanos— merecen ser el entrenador, ahí estará Miguel Herrera, Hugo Sánchez y varios otros. Y por último, algunos jugadores que prefieren la comodidad de la liga local al reto del extranjero, que cuando mejor juegan en Europa cambian su carrera por unos dólares, que no asumen su responsabilidad social en un país sediento de ídolos.

Quizás lo más inverosímil de todo es la decisión de que Yon de Luisa siga a cargo de la Federación. Al final de cuentas su permanencia confirma el problema: una estructura futbolística ajena a la meritocracia y planteada desde los intereses económicos, compadrazgos y la impunidad. Si el máximo directivo de la Federación puede continuar después del máximo fracaso, entonces ya la vara de las expectativas y las consecuencias de no cumplirlas están claras. La complicidad nociva que destruye a nuestro futbol continúa, lo que cambiará será estético: nombres, entrenadores, jugadores, pero el sistema que llevó al fracaso permanece.  

Analista político

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